Odette Hallowes, el ama de casa que por un error se convirtió en heroína de la Segunda Guerra Mundial
Odette cometió un error, de esos que no son muy grandes, pero que cambian el curso de la vida.
Estando en Somerset, donde se había mudado desde Londres con sus tres hijas cuando su esposo, Roy Sansom, se alistó para luchar en la Segunda Guerra Mundial, escuchó en la radio un llamado del Almiraltazgo británico.
“Si has pasado las vacaciones en el extranjero, vuelve a mirar esas imágenes. No envíes las fotografías todavía, pero escribe al Almirantazgo e indica claramente dónde fueron tomadas”, decía el anuncio transmitido por la BBC.
Se estaba empezando a planear el Día D y, como no podían enviar ni personal ni aviones de reconocimiento para cartografiar la costa norte europea, dependían de que la gente enviara fotos o postales para tener una idea de dónde sería mejor desembarcar sus tropas.
Odette, que era francesa, había estado ansiando la oportunidad de ayudar a su patria así que escribió que, aunque tenía pocas fotografías, conocía bien Boulogne y estaba a la orden si podía ayudar.
Sólo que se equivocó: en vez de enviar la carta al Almiraltazgo, se la mandó al Ministerio de Guerra.
Y de alguna manera, llegó a manos de Selwyn Jepson, el novelista, que en aquel momento estaba reclutando para la sección francesa de la Dirección de Operaciones Especiales (SOE, por sus siglas en inglés).
Conocida también como “el ejército secreto de Churchill”, era un servicio clandestino que ayudaba a los movimientos de resistencia locales, llevando a cabo espionaje y sabotaje en territorios controlados por el enemigo.
Jepson mandó a llamar a Odette y, tras unos minutos de conversación en francés, le quedó claro que ella podría pasar desapercibida en Francia, y detectó su apasionado patriotismo anglo-francés.
Ella, por su parte, estaba estupefacta.
“Pensó que se habían equivocado de persona: ella era una madre de tres hijas pequeñas y no tenía ninguna de las habilidades que imaginaba requierían”, le contó a la BBC su nieta Sophie Parker.
Pronto se dio cuenta de que lo sabían, y de que, no obstante, la propuesta iba en serio.
Unirse a ese ejército clandestino significaba abandonar a sus hijas y poner en peligro su propia vida.
Tras un examen de conciencia, aceptó.
A sus hijas les dijo que se iba a Escocia por un tiempo a ayudar a ganar la guerra, y las dejó en un internado y bajo el cuidado de su tía.
“La SOE fue genial para ayudarla con eso. Escribió cartas, tarjetas de cumpleaños y de Navidad con anticipación, y se hicieron arreglos para que se las fueran enviando a las niñas”.
Y comenzó el entrenamiento de la SOE.
“Aprendió sobre codificación y decodificación. A moverse sin que nadie lo notara, a despistar a alguien si la estaban siguiendo, qué hacer si la capturaban, cómo encontrar sitios de aterrizaje adecuados para los aviones aliados…
“Aprendió de todo. Muchos agentes fueron entrenados en explosivos y a usar armas”, relató Sophie.
“Cuando pienso en mi hermosa y menuda abuela usando una gran variedad de armas, me resulta difícil racionalizarlo”.
Tras varios intentos fallidos de llegar a Francia en avión, Odette, quien tenía poco más de 30 años, finalmente pisó suelo francés en noviembre de 1942.
El circuito que la recibió, cuyo nombre en código era “Spindle”, estaba dirigido por Peter Churchill, un hombre educado en Cambridge de modales agradables y una actitud alegre ante la vida.
Su equipo trabajaba con grupos de resistencia locales a espaldas de la policía secreta alemana, la Gestapo.
Odette era mensajera, una de las actividades más peligrosas de la guerra.
Las mensajeras que operaban en la Francia ocupada tuvieron la segunda tasa más alta de mortalidad de los Aliados: 42%, solo por detrás del 45% del Mando de Bombardeo.
“Hacía su trabajo a la vista de los oficiales de la Gestapo que estaban por todas partes”, apunta su nieta.
A menudo en bicicleta, transportaba dinero o llevaba mensajes.
También ayudaba a organizar los sitios de aterrizaje de los lanzamientos de paracaídas, y buscaba casas seguras para el operador de radio Adolphe Rabinovitch, quien estaba constantemente en la mira de la Gestapo pues sabía que el éxito de la SOE dependía de la transmisión de mensajes.
“En una de sus misiones más importantes, fue enviada a Marsella, que estaba absolutamente repleta de agentes de la Gestapo, para llevar dinero y recoger planos de los puertos de la ciudad.
“Pero hubo un retraso allí, y tuvo que quedarse.
“Su contacto le dijo que todos los hoteles estaban llenos, pero que la llevaría a donde se iba a alojar… y se detuvieron frente a un burdel”, relató su nieta a la BBC.
“‘¡No me digas que me quedo aquí esta noche!’, exclamó. Y él respondió que sí: ‘Es el lugar más seguro para ti porque está lleno de nazis y sería el último lugar en el que pensarían que se escondería un agente secreto’”.
En todo caso, sí tuvo un sobresalto, contó Sophie.
Esa noche, la Gestapo empezó a tocar en todas las puertas, pero la Madame del burdel les advirtió: “No entren en esa habitación. Mi sobrina está ahí y tiene fiebre escarlata”.
No sería la única ocasión en la que se escaparía por un pelo.
Cuando la Gestapo apretó su red en el circuito Spindle, Odette y su equipo se trasladaron a los Alpes.
Pero su suerte no iba a durar para siempre.
“Sólo puedo morir una vez”
En abril de 1943, Odette y Peter Churchill fueron arrestados por el famoso agente de contrainteligencia alemán Hugo Bleicher.
“Pensaron que, para que no los mataran, tenían que volverse valiosos de alguna manera para la Gestapo”, relató Sophie.
Se les ocurrió pretender que estaban casados y que Peter era sobrino del primer ministro británico Winston Churchill, aunque, a pesar de tener el mismo apellido, no hubiera ningún parentesco.
Puede que la historia les halla salvado la vida, pero no evitó lo que sucedió después.
Odette fue llevada al cuartel general de la Gestapo en París, donde fue interrogada14 veces y torturada horriblemente.
Pero no consiguieron nada.
“Estaban desesperados por encontrar información sobre su trabajo y el paradero de su operador de radio y de otro agente nuevo”.
Ella no traicionó a Rabinovitch ni a Francis Cammaerts, que acababa de llegar para unirse al circuito, y que luego fue uno de los más distinguidos agentes de la SOE.
“Nos dijo que sencillamente tomó la decisión de que no iba a revelar nada”, contó su nieta.
A pesar del dolor insoportable, encontró una manera de escapar mentalmente de su situación.
“Nos contó que la Gestapo cometió un error crucial cuando la estaban torturando, y fue que giraron la silla en la que la obligaraban a sentarse, de modo que quedó frente a una ventana.
“Y a través de ella, podía ver las copas de los árboles”.
“La primera vez, el día era muy hermoso”, le contó su abuela.
“Abrieron la ventana y empezaron a arrancarme las uñas de los pies. Miré a lo lejos, a los árboles, y pensé que me alejaría de donde estaba, y que me perdería en el cielo”.
“Es extraño pero apenas aceptas la muerte, todo está bien”, le dijo Odette a su nieta.
En junio de 1943, fue condenada a muerte por dos cargos: por ayudar a la Resistencia francesa y por ser agente británica.
“Entonces tendrá que decidir por qué cargo me van a ejecutar, porque solo puedo morir una vez”, le dijo al juez.
La enviaron a uno de los lugares más temidos por las mujeres perseguidas de Europa.
La hoja entrañable
Ravensbrück era el campo de concentración de mujeres más grande de Alemania, y ahí pasó el resto de la guerra.
Fue mantenida en confinamiento solitario, y durante 3 meses y 11 días, en un búnker subterráneo en completa oscuridad.
Para no enloquecer, usó su imaginación.
“En mi mente, conseguía un patrón coser para un vestido. Luego elegía la tela, y empezaba a hacerlo, viendo en mi mente cada puntada”, contó Odette.
“Al día siguiente -añade su nieta-, recordaba en qué había quedado, como a medio camino de un dobladillo, y lo retomaba”.
Otra estrategia para no dejarse vencer por su realidad fue no descuidar su apariencia.
Hasta rasgó sus medias para, con los trozos, enrollarse el pelo antes de dormir.
“Todos las noches pensaba que la mañana siguiente sería la última, así que quería estar lo más presentable posible”.
Pero con el paso de los meses, se desnutrió y enfermó.
Como el comandante de Ravensbrück, Fritz Suhren había oído que era pariente de Winston Churchill y, por ende, podía llegar a tener algún valor, por lo que le preocupó que muriera y permitió que fuera tratada en la enfermería.
Mientras la escoltaban de regreso a su celda, encontró algo que le proporcionaría un gran alivio.
“Estaba caminando por ese vasto y desolado lugar, en el que no había ni un solo árbol a la vista, y de repente vio, a sus pies, la hojita verde más hermosa.
“Tal vez suene muy anodino para ti y para mí, pero en ese sitio tan esteril no había hojas”, le cuenta a la BBC Sophie.
Esa hoja tuvo un fuerte impacto en Odette, como explicaría en una entrevista con la BBC en 1951.
“Era una hojita pequeña y le doy gracias a Dios por haberla visto. Mis guardias le prestaron poca atención: no tenían consciencia de su significado.
“Al cerrar la puerta de mi celda, no sabían que yo tenía entre mis dedos un vínculo muy potente con las fuerzas de la vida y la libertad”.
A finales de 1944, a pesar de que las fuerzas aliadas lograron avances significativos en toda Europa, Odette todavía estaba atrapada en Ravensbrück, donde su salud se seguía deteriorando.
Escribió:
“Ravensbrook, 25 de diciembre de 1944.
“La nieve cae y cae delicadamente, como con respeto en el horno crematorio. Los ruidos del campamento se amortiguan. Las paredes de mi celda están teñidas de rosa por las grandes llamas que brotan de la monstruosa chimenea.
“Creo que es mi última Navidad. Fui condenada a muerte y de todos modos estoy muy enferma, pero no aceptaré morir sin luchar hasta el final de mis fuerzas.
“Antes de acostarme por la noche, contemplo mis tesoros: mi libro de oraciones, mi pequeña reliquia y una hojita recogida en el patio donde no hay árboles, sin duda, llevada por el viento, y para mí, evidencia del milagro de la naturaleza”.
La larga serie de milagros
En la primavera de 1945, las fuerzas aliadas habían entrado en Alemania y estaba claro para los responsables de Ravensbrück que el final estaba cerca.
Un día, unos guardias armados llegaron a la celda de Odette y le dijeron que dejara todo ahí y fuera con ellos.
Ella metió su atesorada hoja en su libro de oraciones y se la llevó camino a lo que creyó sería su muerte.
Para su sorpresa, el comandante Suhren la metió en su elegante coche deportivo y la llevó hasta las líneas estadounidenses.
Pensó que si entregaba a su más importante prisionera, la que creía era la sobrina de Winston Churchill, podía ganar algo de clemencia.
Cuando llegaron, los estadounidenses le entregaron una pistola a Odette para que fuera ella quien arrestara a Suhren.
Y luego, le ofrecieron una habitación de hotel para que descansara.
Pero no la quiso
“Dijo: ‘Quiero quedarme afuera, sentir aire fresco en mi cara y ver las estrellas por primera vez en dos años. Quiero sentirme libre’”, relató su nieta Sophie.
Sin embargo, antes de irse a disfrutar de su libertad, hizo lo que todo buen espía: apoderarse de todos los documentos que estaban en el auto de Suhren.
Más tarde se utilizaron en los juicios a comandantes, guardias y funcionarios de Ravensbrück por crímenes de guerra, incluido el de Suhren, que fue condenado a muerte por crímenes de guerra y de lesa humanidad y ejecutado en junio de 1950.
El regreso
Odette regresó a Inglaterra y lo primero que quería hacer era ver a sus niñas.
“Pero estaba gravemente enferma. De hecho, en ese momento le dieron tres meses de vida porque estaba muy desnutrida y había lidiado con muchas enfermedades”.
Tras un breve descanso en el hospital, se reunió con sus hijas.
Y en un notable giro del destino, tras divorciarse de su marido, se casó con Peter Churchill, el hombre con el que había pretendido haber estado casada durante la guerra.
Se convirtieron en una pareja de ídolos nacionales, y ella, en la espía más condecorada y la mujer más condecorada que emergió de la Segunda Guerra Mundial.
Una película sobre sus hazañas titulada “Odette” (1950) que fue un considerable éxito de taquilla la hizo aún más famosa.
Pero no era una fama que buscara para sí misma.
“Mis camaradas, que hicieron mucho más y sufrieron más profundamente que yo, no están aquí para hablar. Por eso hablo por ellas”, dijo.
Su segundo matrimonio también acabó en divorcio, y luego se casó con Geoffrey Hallowes, otro agente de la SOE, para el resto de su vida.
Odette falleció en marzo de 1995 a los 82 años, pero unos años antes de su muerte viajó a Ravensbrück, esta vez con sus tres hijas, para colocar una placa en honor a cuatro agentes de la SOE que murieron ahí.
Sus nombres eran Denise Bloch, Cecily Lefort, Lilian Rolfe y Violette Szabo.
Casi 25 años después de la muerte de Odette, su nieta Sophie abrió un libro y, entre sus páginas, guardada en un sobre marcado “Ravensbrück 1944″, encontró la hoja de su abuela.
“A medida que un día agotador seguía a otro, la hoja se volvía más y más preciada para mí”, había contado Odette.
“En algún lugar de los vastos espacios del cielo, se había levantado un viento e, impulsado por una fuerza y una dirección más allá del conocimiento humano, había agitado las ramas de un árbol y había levantado una hoja, la había llevado, y la había depositado suavemente en el suelo de Ravensbrück para que la recogieran manos que tenían tanta necesidad de ella.
“Tuve muchas horas para pensar en la larga serie de milagros que habían hecho que la hoja llegara a mí”.
Los comentarios están cerrados.