En marzo de 2024, una persona con los ojos felinos, el pelo rubio y los pómulos altos de Kate Moss desfiló por la pasarela de la Semana de la Moda de París.
Pero no era la británica Kate Moss de la “era de las supermodelos” de la década de 1990.
En internet hubo confusión.
“¿No es esa Kate Moss?”, decía un comentario típico. Otro estribillo común era un incrédulo: “Es Kate Moss”.
Para unos pocos entendidos, su forma de andar delataba que no era la famosa supermodelo: en realidad era Denise Ohnona, una doble de Moss de Lancashire, Inglaterra.
La alta costura parece haber desencadenado una tendencia.
Más tarde, durante el año, se abrieron las compuertas para una oleada de concursos de imitadores.
Primero, aquellos que se consideraban iguales al actor Timothée Chalamet, quien recientemente interpretó a Willy Wonka, se reunieron en el parque Washington Square de Nueva York.
Luego, los dublineses acudieron en masa para demostrar que se parecían al irlandés Paul Mescal, que acababa de protagonizar “Gladiador II”.
Después vino un concurso para los que se parecían al cantante Harry Styles, luego al actor Dev Patel, seguido por la estrella de la serie “The Bear”, Jeremy Allen White, Zayn Malik, Zendaya, etc., y se programaron otros que se llevaron a cabo durante diciembre.
Aunque esta reciente oleada parece muy actual y tuvo un alcance global (cada una de ellas se propagó con una viralidad vertiginosa), la competencia de dobles no es una idea nueva.
Charlie Chaplin una vez quedó tercero en un certamen para encontrar su propio doble en la década de 1920, según su hijo, Charlie Chaplin Jr.
En su libro “Mi padre, Charlie Chaplin” escribió: “Papá siempre pensó que este era uno de los chistes más divertidos imaginables”.
Aunque hay quienes aseguran que el propio Chaplin negó la veracidad de la historia.
Lo que es más creíble es que Dolly Parton participó en uno de los concursos de las más parecidas a ella, y recordó en sus memorias: “Recibí la menor cantidad de aplausos, pero yo me moría de risa por dentro”.
El espejo
Si bien los concursos de dobles fueron los ejemplos más extendidos y comentados, no fueron los únicos que pusieron de relieve el tema de los doppelgangers recientemente.
Desde el cine hasta la televisión y la literatura, los dobles estuvieron poblando el éter.
Adam Golub, profesor de Estudios Americanos que está escribiendo un libro sobre esta tendencia en la cultura estadounidense, afirma: “No hay duda de que vivimos en una nueva era dorada de los dobles”.
En junio, la escritora y activista canadiense Naomi Klein ganó el premio inaugural de Women’s Prize for Non-Fiction por “Doppelganger: un viaje al mundo del espejo”.
En él se sumerge en el mundo saturado de conspiraciones de una mujer con la que la confundían crónicamente en línea, la controvertida escritora Naomi Wolf.
Meses antes, la británica Deborah Levy publicó una novela cuyo personaje central viaja por el mundo y se encuentra con una doble.
“Ella era yo y yo era ella. Tal vez ella era un poco más yo que yo”, escribe en “Agosto Azul”.
Pero, ¿qué es, en realidad, un doppelganger?
“Una forma sencilla de pensar en un doppelganger es que se trata de un segundo yo no biológico”, responde Golub.
“Es un doble de identidad que no está relacionado contigo”, le explica a la BBC Alia Soliman, profesora de estudios culturales y autora de “El doppelganger en nuestro tiempo: visiones de la alteridad en la literatura, la cultura visual y los nuevos medios”.
“El término fue acuñado por Jean Paul Richter”.
Un yo temido
La cultura, tanto nueva como antigua, exploró temas como la identidad, la muerte y la naturaleza simbiótica del bien y del mal a través de la idea del doppelganger.
Fue un tema del arte, desde las pinturas surrealistas de René Magritte hasta las de prerrafaelistas como Dante Gabriel Rossetti, cuya pintura de 1860-1864 “Cómo se conocieron” representaba a una pareja de amantes que se encontraban con sus dobles en un bosque.
En su forma literaria temprana, dice Soliman, el doppelganger “toma la forma de un yo fantasmal o un reflejo sombrío que atormenta al primer yo”.
Casi todas las obras de aquel tiempo “ven la destrucción del yo original así como del segundo yo”, subraya.
Se refiere a títulos como “Peter Schlemihl” (1813), de Adelbert von Chamisso; “William Wilson” (1839), de Edgar Allan Poe; “El doble” (1846), de Fiódor Dostoievski, y “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” (1886), de Robert Louis Stevenson.
Lo mismo puede decirse de las “representaciones folclóricas de la aparición, como el fylgja nórdico y el fetch irlandés, [en las que] la aparición del doppelganger presagia el final de la vida o la proximidad de un daño”.
El fylgja es visto más como un alter ego, típicamente en forma animal, más a menudo visto en el sueño, mientras que el fetch es considerado como un doble espiritual.
En el poema de 2008 del poeta norirlandés Ciaran Carson, “El Fetch”, escribió:
“Ver al propio doppelganger es un presagio de muerte… Shelley se vio nadando hacia sí mismo antes de ahogarse.
“Lincoln se encontró con su fetch en la puerta del escenario antes de que le dispararan”.
Hacía referencia a los supuestos encuentros con dobles justo antes de las muertes tanto del poeta PB Shelley como del presidente estadounidense Abraham Lincoln.
En el ensayo de Freud de 1917 “Lo siniestro” (una obra fundamental en el canon de los doppelganger), el doble es “siniestro”, lo que Freud describe como “perteneciente a todo lo que es terrible, a todo lo que provoca pavor y horror insidioso”.
El doppelganger, entonces, era algo a lo que había que temer.
“Quiere apropiarse de tu identidad”, precisa Golub.
Este tema se explora en la película debut de JC Doler, “El Fetch”, que fue nominada en la categoría Dark Matters Feature en el reciente Festival de Cine de Austin.
También está presente en el filme “La sustancia”, de Coralie Fargeat, en la que una actriz de Hollywood de mediana edad interpretada por Demi Moore tiene que ver cómo su clon más joven, interpretada por Margaret Qualley, vive la vida que ella tuvo una vez.
Y el tema se puede ver con mayor claridad en el popular tropo de ciencia ficción del robo de cadáveres.
“Puedes ser reemplazado por un doppelganger alienígena o un doppelganger robot, o alguna clase de ser sobrenatural, un gemelo malvado de otra dimensión”, resume Golub.
“En términos generales, en las historias que contamos sobre doppelgangers, nuestro doble no es bienvenido”.
Sin embargo, según Soliman, en la segunda mitad del siglo XX, las representaciones del doble “cambiaron significativamente en forma, contenido y mensaje”.
El nuevo doble
En la actualidad, el doble se ve de otra manera: basta pensar en Chalamet apareciendo para hacerse selfies con los participantes en su propio concurso de dobles.
Lo que Soliman llama “el nuevo doble” es en general menos maligno y vilipendiado.
Este nuevo doble ve “representaciones en las que el encuentro entre el yo y el doble cambia en estructura y significado, y transmite un mensaje redentor”.
El joven clon de “La subtancia” es más una molestia que un adversario temido.
Y los concursos de dobles son un poco de diversión a la antigua usanza, pintorescos y saludables. Hay algo absurdo y gracioso en ver a personas que se parecen.
En este nuevo contexto, no es de extrañar que la gente busque activamente a sus dobles a través de una gran cantidad de aplicaciones especialmente diseñadas para ello.
O que una de las iniciativas de dobles más destacadas de los últimos tiempos haya sido el proyecto fotográfico del artista canadiense François Brunelle.
Impulsado por su propio parecido con el personaje de televisión y cine de Rowan Atkinson, Mr. Bean, encontró cientos de dobles y creado un conjunto de obras que transmiten un mensaje de esperanza y unión.
“Estamos reimaginando nuestra relación con los dobles”, dice Golub.
“Estamos escribiendo un final más feliz para la historia, uno en el que encontramos a nuestro gemelo desconocido y nos vinculamos con él, o ganamos un concurso de dobles famosos”.
Los expertos tienen hipótesis sobre qué es lo que impulsa este cambio de paradigma.
Soliman recuerda la introducción de la World Wide Web en 1993, que, según ella, “dio paso a una nueva serie de fijaciones inducidas por la tecnología, una de las cuales fue la búsqueda de nuestro doble digital”.
Con internet, esa búsqueda se volvió mucho más fácil que nunca.
“Las oportunidades y complejidades que resultan de la innovación visual y virtual en las redes sociales tuvieron un impacto en la cultura del doble yo”, afirma Soliman.
“El yo tiene un acceso mucho más fácil a su doble”.
“¿Por qué no nos dan miedo estas cosas que de alguna manera representan algo que deberíamos reprimir?”, pregunta Golub, recordando al doppelganger original.
Cree que es porque, en la era digital, todos estamos acostumbrados a tener identidades duales, a veces múltiples: identidades físicas e identidades en línea, voces diferentes en diversas plataformas de redes sociales.
Señala que estamos “recurriendo a este tipo de diversión, a este Fandom de doppelgangers” como una forma de abordar eso.
“Tal vez como una forma de hacernos sentir completos de nuevo… para encontrar una versión de ti mismo que no esté buscando robarte tu identidad o quitarte algo, sino que tal vez solo quiera tomarse un selfie contigo y mejorar tu vida”.
Un buen momento… efímero
Los dobles, además, se convirtieron en una forma de conectarse con una comunidad offline.
“Las redes sociales nos empujan a todos a nuestras propias y extrañas burbujas”, le dice a la BBC la psicoanalista Anouchka Grose, que tuvo la experiencia de ser confundida repetidamente con una actriz de telenovela británica.
“La idea de que haya alguien como nosotros ahí fuera que vive la vida de otra manera [es] una idea muy reconfortante”.
Es lógico, entonces, que los jóvenes en particular –quizás más atomizados por las identidades en línea– puedan estar buscando una conexión a través de concursos de dobles offline.
Y que estas reuniones parezcan haberse llevado a cabo en el espíritu de las sanas ferias del campo –descontando la viralidad digital–, con carteles sencillos invitando a la gente a asistir y premios mínimos en efectivo para los ganadores.
En el otro extremo del fenómeno de los doppelgangers está el espectro de los deepfakes en el horizonte digital, es decir, los dobles falsos que pueden engañarnos y hacernos creer que son los originales.
“La inteligencia artificial (IA) va a alterar muchas cosas en nuestras vidas”, advierte Golub.
Por eso, añade, este momento de juego acogedor en torno del doppelganger puede resultar efímero.
Cambiará, anticipa, “una vez empecemos a ver algunos de los peligros reales de lo que [el deepfake] puede hacer”.
“Creo que deberíamos disfrutar de la diversión mientras dure”.
Ellie Violet Bramley
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