CÓRDOBA.- Cuatro generaciones son las que, desde octubre de 1891, se dedican a sostener la fábrica de sombreros que ya es una marca registrada de la Argentina, Lagomarsino. Producen unos 100.000 al año y venden, además de en el mercado interno, a Brasil, Uruguay, Paraguay, Inglaterra, Suiza, Japón y Estados Unidos. “La exportación es una tarea ardua, implica un esfuerzo contante, superador. Somos perseverantes, hacemos todo lo posible para superar los problemas de la macro y seguir adelante”, dice a LA NACION Antonio Riera, presidente de la firma.
Los fundadores de la empresa fueron Carlos y José Lagomarsino, dos emprendedores que se unieron en la fábrica. Usaron la marca Carlos Gardel, Hipólito Irigoyen y Alfredo Palacios, entre otras muchas personalidades argentinas. Eran años en que los sombreros se usaban a toda hora, en un país donde después se perdió el hábito.
En los años 30 la empresa alcanzó su esplendor, ya vendían a Europa y a Estados Unidos y, de su modelo más popular, el sombrero Flexil llegaron a fabricar 120.000 al año y tuvieron más de 800 empleados.
El 1945 marcó un punto de inflexión, se empezaron a llevar menos los sombreros y varias fábricas cerraron. Lagomarsino, que hasta entonces mantenía sus actividades en la calle Junín en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, fue notificada de que, por razones ambientales, no podía seguir allí; tenía que suspender la producción de fieltro (un material que usa como insumos pelo de liebre y nutria).
La familia Riera, también de tradición sombrerera, le vendían materia prima a Lagomarsino. Lo hicieron así hasta 1967, cuando Antonio Riera compró el fondo de comercio Lagomarsino con la decisión de seguir adelante con la actividad. Logró, incluso, un plazo de gracia para pagar ya que tenía que resolver la mudanza.
Poco después de la compra, Antonio Riera sufrió un ACV que lo dejó hemipléjico, y su hijo, Antonio -que es quien conversa con este diario- quedó al frente de la empresa. En los ‘80 se sumaron los hijos de éste, Jorge y Juan primero y Silvina después.
“Compramos la marca, la razón social -señala a este diario-. Fuimos ampliando la base de sustentación, no nos quedamos solo con los sombreros, incorporamos variedad de diseños, de materiales. Hacemos sombreros, gorras, boinas, caps. Vivimos para esto; tres de mis cuatro hijos se sumaron y mis nietos empiezan a interiorizarse”. En la fábrica, instalada en Valentín Alsina, trabajan en total 85 personas.
A mediados de los ‘80 incorporaron modelos de mujer a la marca. Primero fue la clásica capelina, y después otras innovaciones.
Los insumos básicos son pelo y cuero de liebre y de conejo (cuando hay faltantes se importar desde Bélgica) y de nutria. Hasta hace 20 años se trabajaba solo con pelo. Este año, por ejemplo, importan algodón de Ecuador para confeccionar sombreros de verano. Lagomarsino es la única empresa sombrera que sobrevivió desde los años en que el accesorio era furor. “Nos fuimos adaptando, también produciendo para grandes marcas; buscamos alternativas para seguir adelante”, insiste Riera. La empresa también sumó hace casi dos décadas su propia línea de indumentaria masculina y femenina.
Buena parte de la maquinaria de la firma las produjeron ellos mismos. Es que aunque la industria general atravesó varias revoluciones a lo largo de la historia, la producción de sombreros sigue siendo artesanal, manual. En especial, la parte de enfieltrado. Una unidad puede llevar dos meses hasta estar terminada.
La marca es sinónimo de sombreros, como lo son la italiana Borsalino o las inglesas Lock&Co y Christy’s. Por caso, hace 17 años empezaron a exportar a un “importante cliente” de Suiza. El propio Riera afirma que “parece mentira ya que hacemos tres o cuatro embarques anuales de unos 5000 sombreros para él. Es un trabajo arduo; nos vinculamos, somos cumplidores. Hacemos las cosas bien”. Llegan también a Brasil, Uruguay, Paraguay e Inglaterra.
En el caso de Estados Unidos, le venden a la colectividad judía, a la que califican como un cliente “muy exigente. Para ellos el sombrero es como una corona”, grafica Riera. Envían a tres mayoristas dos variedades de sombreros. Comenta también que han tenido la propuesta desde ese país para ser proveedores de fieltro de una fábrica que les reconoce la altísima calidad del material. “No quisimos porque nos interesa sumar nuestro valor agregado, no vender el insumo”, precisa.
Que una empresa supere el siglo en la Argentina es un hito, pero más aún cuando se dedica a un segmento que no es masivo, como el de los sombreros. Desde los ‘50 dejó de ser un accesorio generalizado. “En los próximos 100 años pensamos seguir haciendo sombreros. La generación más joven, la de mis nietos, ya estudia y varios están en la fábrica para prepararse, conocer el oficio y sumar, aportar, nuevas ideas”, dice Riera. Reitera el concepto de que la historia de Lagomarsino es de “perseverancia; de respeto a nuestros sucesores”.
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