“Lo que tenemos ahora es un mundo fraccionado, en el que hay clubes de amigos”

Un mundo marcado por la fragmentación y la afinidad geopolítica como clave para los negocios globales. Así define Marcelo Elizondo, especialista en negocios internacionales, al escenario que se abre con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. “Aquel ideal de un mundo universal, integrado, con una globalización horizontal y uniforme que alcanza a todos es dejado de lado, y lo que tenemos ahora es un mundo fraccionado, en el que hay clubes de amigos”, dice en diálogo con LA NACION.

En ese sentido, el analista advierte que los “intereses y el poder prevalecen sobre las instituciones”, en un contexto desafiante para la Argentina. En el plano local, destaca el potencial exportador de sectores como la energía, los agronegocios y la minería, y plantea: “Me parece importante el momento en que se salga del cepo, porque ahí tendremos una noción del valor de mercado del dólar mucho más genuino”.

–¿Qué implica el regreso de Donald Trump a Estados Unidos?

–Su ideario es usar la capacidad política que tiene Estados Unidos para negociar geoestratégicamente, incluso en el ámbito de los negocios. Por eso, le dice a México que, si no detiene la inmigración ilegal, le pone aranceles; a China, que si no detiene el negocio del fentanilo, le pone más aranceles. Esa geopolitización de los negocios también se hizo explícita con los presentes en su asunción, como Giorgia Meloni y Javier Milei, y obviamente no estuvieron aliados tradicionales históricos de Estados Unidos. Es una fragmentación que se venía dando desde antes y que el nuevo presidente consolida.

Marcelo ElizondoPATRICIO PIDAL/AFV

–¿Qué consecuencia tiene esa fragmentación?

–Esto no es el nearshoring. No es que se hace negocios con los vecinos. Eso era algo que se pensó que el mundo iba a tomar cuando aparecieron problemas de logística en las cadenas de valor, como con la pandemia o cuando hubo problemas en el Canal de Suez. Esto es friendshoring, negocios con amigos. Hay un trabajo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad) que muestra que, en los últimos dos años medidos, 2022 y 2023, el comercio internacional entre países geopolíticamente aliados creció más del 6%; y, a la inversa, entre los distantes, decreció más de 5,5%. Esto ya venía ocurriendo. Trump lo instaló en su primera presidencia, sobre todo en dirección a China; Biden lo mantuvo y ahora Trump lo exacerba. Europa también pone aranceles a los autos eléctricos chinos y el bloque de los Brics ya no es un espacio de integración económica, sino de generación de polos de poder, que tiene impacto en lo económico. Y el mundo sigue celebrando acuerdos de libre comercio entre amigos.

–¿Y eso impacta los acuerdos?

Hay 371 acuerdos vigentes en el mundo. Cuando comenzó el siglo XXI había menos de 100. Después de la pandemia, se firmaron casi 60 nuevos. Lo que está ocurriendo es que los negocios internacionales están consolidándose entre amigos. Esto es fragmentación y discriminación. Fragmentación porque hago negocios con mis amigos y menos con mis adversarios. Está creciendo la influencia de la afinidad geopolítica, en algo que también tiene que ver con la micro, con las empresas y su capacidad de desarrollo de negocios.

–Habló de discriminación, ¿qué significa?

Es un mundo menos institucionalizado, porque se aleja del ideal de la Organización Mundial del Comercio (OMC), con instituciones y reglas comunes para todos. Y si la geopolítica hace prevalecer la capacidad de poner condiciones, obviamente tienen más fuerza los más grandes. Y para la Argentina hay que desarrollar el arte de saber dónde jugar y negociar con lo que se puede. Y tiene condiciones para negociar. Hoy lo está haciendo Milei, con su idea de situar al país para el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) y la economía del conocimiento, y su plan de desregulación en ese sentido, frente al modelo regulacionista europeo. Puede ofrecer un modelo con desregulación, con capacidades ambientales y clima frío, más propicio para el desarrollo de negocios de este tipo; o el plan de energía atómica para tener abastecimiento potencial futuro. Hoy, Europa tiene un problema geopolítico. Después de la guerra en Ucrania dejó de ser abastecido de energía por Rusia, y la Argentina pasa a ser más relevante por su capacidad sustitutiva; ya no es solamente un proveedor agrícola.

DolaresShutterstoc – Shutterstock

–¿Y para Estados Unidos?

El potencial es el abastecimiento mineral para el desarrollo de la economía digital, que tiene mucho soporte mineral para el desarrollo de hardware. Y además de las condiciones naturales, como el clima o los recursos estratégicos, la confiabilidad pasa a ser clave, mucho más que la legalidad. Puedo tener un acuerdo de promoción de inversiones y no cumplirlo. La Argentina lo hizo muchas veces. De hecho, es el país más denunciado por incumplimientos ante tribunales internacionales. Milei está haciendo un trabajo para mostrarse confiable, por eso hace tanto esfuerzo de posicionamiento ideológico.

–¿Qué potencial tiene el acuerdo UE–Mercosur?

–Se firmó que terminó la negociación, pero el tratado no está firmado todavía y requiere pasos formales posteriores, que incluyen desde la firma del tratado hasta la aprobación en el terreno legislativo, con lo cual falta un tramo, que suponemos que no tendrá problemas. En el Mercosur, el pacto tiene que ser ratificado por los congresos de los países miembros plenos y en la UE hay una parte que se tiene que refrendar en el parlamento europeo, y después otra parte que requiere el refrendo de los parlamentos nacionales. El tema de aranceles, con lo comunitario funciona. Todavía hay que esperar. Además, creo que es muy importante para el Mercosur y para la Argentina, porque cambia sustancialmente nuestra matriz.

–¿En qué rumbo?

–La Argentina es una economía extremadamente cerrada; en 2024 fue la tercera más cerrada, porque su nivel de comercio exterior es de los más bajos del planeta. El ratio intercambio comercial sobre PBI está debajo del 30%, y en el mundo es alrededor del 60%. Si mirás el Mercosur, de los 20 principales acuerdos de integración mundiales, es el que tiene menos ratio de exportaciones sobre producto agregado de sus miembros: te da 15%, y el promedio te da 33%. El Mercosur es un bloque con muchísima dificultad de acceso a mercados y mucha cerrazón. Se pensó para integrar a las cuatro economías entre sí y ahora eso podría cambiar, porque si bien los plazos son largos, se proponen reducciones de obstáculos arancelarios y no arancelarios, por la armonización que propone el acuerdo.

–En ese cambio de matriz, ¿qué sectores podrían ser los ganadores en el país?

–Claramente son los cuatro que siempre se mencionan como los de más potencial. Primero, el de agronegocios, que ya es un sector muy internacional. La Argentina apenas genera el 0,3% del comercio mundial, pero en agronegocios tiene una participación del 2%, un número muy superior al promedio de todos. Más del 60% de las exportaciones argentinas proviene del sector agroproductivo. El segundo es el energético, que claramente comenzó a despegar, de la mano de Vaca Muerta, y se espera que en cinco años se pueda exportar por US$25.000 millones anuales. El tercero es el de la economía del conocimiento, donde está todo por hacerse. El país tiene mucho potencial, pero todavía se necesita inversión, porque el talento ya lo tiene. El cuarto es el de los minerales (cobre, plata, oro, potasio y litio), pero también requiere inversión y su despegue será más lento.

–¿Y los perdedores?

–Los que más riesgo tienen son los sectores más mercadointernistas. No hay perdedores inexorables, pero sí sectores que van a tener que hacer un proceso de adaptación más grande, sobre todo la industria manufacturera tradicional, que básicamente ha tenido una oferta dirigida a la Argentina o al Mercosur, fundamentalmente a Brasil, y habrá que hacer ahí un esfuerzo de diferente tipo, con incorporación de tecnología y desarrollo de escala. La Argentina no ha logrado escala. No hemos tenido mercado de capitales, financiamiento y buen relacionamiento internacional, y eso ha impedido el desarrollo de alianzas y asociaciones. Muchas industrias van a requerir eso, y es algo que demanda nuevas estrategias y nuevos modelos de organización. Venimos de un modelo intervencionista y vamos a un modelo de economía de mercado y apertura, y eso necesita una estrategia más internacional, más flexible, mucho más innovadora, y los sectores más amenazados son los que requieren un cambio más urgente de modelo. Es inexorable, porque ya pasa en el mundo. Vivimos una revolución tecnológica asombrosa, que obliga a cambiar permanentemente.

-¿Hay riesgos en esa transición?

-Claramente hay sectores que más rápidamente se pueden adaptar, como las manufacturas de origen agropecuario, y quizás deban lograr más escala. Argentina tiene un problema y es que es una economía de productos y no de empresas. No ha logrado empresas con envergadura internacional, y eso tiene que ver con un problema de organización económica. De las mayores 100 compañías de América Latina, más de 25 son brasileñas o mexicanas. Argentina no es que tiene malos productos, al revés. Pero esa dinámica tiene que ver con un mal modelo económico, inflación, intervencionismo, sin acceso a financiamiento, dificultades para la convergencia tecnológica. Entonces, algunos sectores tendrán reacción más rápida, otros van a necesitar un proceso de transición, probablemente los sectores industriales tradicionales. Y ahí, hay una parte que es de la macro. La estabilización es un gran aliado de las empresas, porque permite planificar a mediano y largo plazo, acceder a financiamiento. Y eso de por sí, permite la adaptación en términos micro.

–¿Qué análisis hace de la gestión económica del Gobierno?

–El Gobierno tiene tres grandes líneas, que son la estabilización, la desregulación y la tendencia a la apertura, porque todavía es muy incipiente. La estabilización macro surge a partir de la política fiscal y monetaria, que para mí es un gran aliado de la producción, porque en un contexto de economía intervencionista, discrecional y con inflación, la empresa tiene que maximizar el corto plazo, porque cualquier decisión de mediano y largo plazo te puede llevar al fracaso, aun cuando esté bien pensada. Esta estabilización permite trabajar a mayor plazo, y es un gran aliado de la micro, y todavía no empezó a dar sus frutos, lo vamos a ir viendo mientras evolucione, porque con una inflación del 2,5% mensual todavía hay mucho por hacer. Vamos por el buen camino, por los fundamentos de esa estabilización.

–¿Y qué visión tiene sobre el nivel del dólar?

Cuando estás en un proceso de transición y estabilización de la economía, hay que pagar costos. Claramente la Argentina es un país que está caro en dólares, eso es inexorable, y se siente al comparar con el mundo. Entiendo que el Gobierno está teniendo que pagar este costo porque la estabilidad cambiaria es un valor importante para la estabilización. Hoy hay dos alternativas. Una es sostener el tipo de cambio en los valores actuales y vas produciendo reformas de fondo, para reducir costos de manera genuina, con eliminación de regulaciones, bajas de impuestos y la mejora en la eficiencia que permite la estabilidad. Eso es el modelo actual. La otra alternativa es la que algunos reclaman, con algún ajuste cambiario, que puede poner en riesgo todo lo demás. La Argentina es un país bimonetario, donde el ajuste cambiario se traslada a precios y, en el marco de una política monetaria dura, puede ser muy recesiva. El Gobierno tiene las alternativas, y optó por la primera. El modelo de bajar costos por devaluación sin impacto en el poder adquisitivo y demás, no existe. Veo a la competitividad como algo sistémico, que no es solamente el tipo de cambio: es el marco regulatorio, los servicios que presta el sector público, la capacidad de los recursos humanos. Si se desestabiliza el tipo de cambio, es muy nocivo. En algún momento habrá que ir pensando en un algún calibramiento, y para eso me parece importante el momento en que se salga del cepo, porque ahí tendremos una noción del valor de mercado mucho más genuino.

El autor es abogado, formado en la UBA, con una especialización en Administración de Negocios en la CEPADE de Madrid (España); completó un MBA en la Universidad Politécnica de Madrid y realizó estudios de posgrado en Planificación Estratégica de Negocios en la Universidad de Chile; desde 2010, dirige la consultora DNI, especializada en negocios internacionales

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