“Cuando se plantea incorporar la inseminación artificial a un rodeo de cría hay que hacerlo masivamente; inseminar solamente las vaquillonas no tiene un impacto importante sobre la productividad y la rentabilidad de la empresa”, expresó Santiago Debernardi, gerente general de Select Debernardi, en una clase práctica para productores desarrollada en el ámbito del Foro Rural Capacita.
“Por ejemplo, si se inseminan solamente 100 vaquillonas en un campo que tiene un rodeo de 1000 vientres, en la primera inseminación va a quedar preñado el 50% y se va a destetar un 85% de terneros de los cuales la mitad serán hembras, con lo cual el resultado final son solamente 42 vaquillonas mejoradas para reposición. En un rodeo de 1000 vacas no es suficiente; no alcanza para generar la reposición del rodeo. En cambio, si se inseminan las 1000 vacas, con la primera inseminación que da el 50% de preñez se van a destetar 425 terneros y van a quedar 212 hembras que alcanzan sobradamente para las necesidades de reposición”, calculó.
Un factor relevante al pensar en inseminación artificial es la elección del toro o del semen por utilizar. Esta selección no puede hacerse solo considerando una buena conformación visual. Para desarrollar adecuadamente el proceso, el primer paso sería buscar un proveedor que tenga los genes que son de interés para mejorar el rodeo del criador. “Si no tuviera esas condiciones, aunque ofrezca toros con lindo fenotipo, se estaría errando el camino”, alertó Debernardi.
Por ejemplo, Alejandro Aznar, de la cabaña La Esencia, pone el acento en la selección buscando adaptación a condiciones pastoriles, fertilidad y precocidad sexual. Exige rápida preñez de las hembras con servicios cortos.
En esta instancia importa saber que todo lo que se puede medir se puede seleccionar; es decir en rodeos de tambo hay parámetros de producción de leche por vaca, porcentaje de sólidos, conformación de la ubre y muchos otros rasgos que se pueden medir. En cría pasa lo mismo: hay datos de fertilidad, peso al nacer, peso al destete, docilidad, etc.; son atributos que distintos toros ostentan en diferentes proporciones y que tienen impacto económico.
No obstante, Debernardi alertó que “no hay una genética ideal para todas las situaciones; no se puede comprar un enlatado que se puede aplicar en todas las empresas ganaderas”. Cada criador debe elegir cuáles son los rasgos que le permiten llegar a su objetivo: aumentar el peso al destete, conseguir mayor facilidad de parto, ofrecer un producto que sea de interés por el engordador, etcétera. Lo importante es lo que cada uno quiere incorporar y no lo que ofrece un toro determinado.
Otro punto importante al elegir el reproductor es ver qué recursos maneja la ganadería de un campo determinado. No es lo mismo una empresa con manga con balanza, pasturas, silos y reservas, que otro campo con pastizales naturales degradados y manejo extensivo de la hacienda. Es decir, “hay que considerar la velocidad con que se va a tomar la curva de mejoramiento”, graficó Debernardi. Al considerar la instrumentación de la inseminación artificial también hay que ver el equipo de trabajo y el ambiente donde se desenvuelve el rodeo durante el año.
Por otro lado, en la ganadería de carne hay dos puntos antagónicos en materia genética: el criador que tiene un campo flojo va a preferir vacas adaptadas a ese ambiente, de tamaño moderado, que den terneros con bajo peso al nacer. Esta genética no es la mejor cuando esos terneros siguen en un ciclo completo o son comprados por un feedlot, que requieren genética de alto ritmo de crecimiento. Es decir, el criador va a buscar una vaca que produzca la leche justa y necesaria y que cargue mucha grasa de cobertura para poder consumirla en invierno, pero el engordador y el frigorífico no quieren esa grasa. Hay que buscar un equilibrio entre las dos posibilidades.
Como se ve, hay muchas aguas para navegar en el mar genético y es preciso determinar primero el rumbo a dónde se quiere ir. Las tres claves para la instrumentación de la inseminación artificial en una empresa son generar un programa sólido, considerar el fenotipo y utilizar los datos numéricos.
El programa sólido consiste en tener objetivos claros para la mejora genética. El aumento de la productividad del rodeo se basa en considerar muchos rasgos, además de la conformación visual de los animales. En esa línea de ideas, un caso de interés son los animales de crecimiento anormal o rompedores de curvas. Son toros que dan terneros con alto ritmo de crecimiento al pie de la madre y luego del destete, pero luego se “aplanan” y llegan a un correcto grado de terminación sin generar un exagerado peso adulto. “Salvando las distancias, son como una soja de grupo corto”, ejemplificó Debernardi.
El fenotipo ha tenido distintas consideraciones a lo largo del tiempo: en una época era la principal característica para desarrollar la selección. Después fue perdiendo fuerza a partir de disponer de datos duros de productividad.
En la selección hay que tener un equilibrio: es importante considerar los datos numéricos que pueden presentar los reproductores, pero eso solo no es suficiente. “No se puede elegir un toro con buenos datos, pero que tenga una muy fea conformación”, avisó. Además, el fenotipo no es una cuestión solo estética, sino que considera la capacidad de pelechar temprano, la calidad de la ubre, el tamaño adecuado de los pezones para que pueda mamar el ternero, la conformación de las pezuñas, etcétera. Es decir, hay caracteres productivos importantes que se evalúan mediante el fenotipo.
En los datos numéricos, no importa elegir los toros con valores extremos. Sí importa entenderlos, considerarlos y darse cuenta que permiten eliminar algunos reproductores que no tengan algún atributo necesario, como la mansedumbre. “Actualmente hay información para miles de rasgos”, aseguró Debernardi.
El directivo remarcó que “la inseminación artificial a tiempo fijo sirve para preñar más y mejorar los rodeos, al tiempo que permite aprovechar los mejores recursos genéticos desarrollados por quienes están trabajando para nosotros desde años. Todo eso impacta fuertemente en la rentabilidad de la empresa”.
“Una cuestión que yo veo bastante a menudo es la confusión que hay entre la genética y el ambiente. O sea, cuando se observa un reproductor, lo que se ve es la conjunción de genética más ambiente. Entonces, si un novillo hijo del reproductor ganó muchos kilos, es el producto de buen manejo y de una muy buena genética. Hay que saber discriminar esos dos elementos, porque el ambiente no se hereda, no hay manera de seleccionarlo, pero sin la genética no funciona. Esta confusión entre ambiente y genética surge con frecuencia en las discusiones ganaderas”, indica.
“Cuando se encara la inseminación masiva en un rodeo comercial aparece el impacto genético, con la posibilidad de aprovechar el trabajo de gente que viene escalando la misma montaña que el criador desde hace muchísimos años; esas cabañas fueron dejando sus propias clavas y sogas para que el criador pueda escalar la montaña”, ilustró.
“Como productores comerciales, cada criador debe definir cuál es la montaña que quiere escalar: alguno buscará producir muchos kilos por hectárea; otro preferirá animales sumamente rústicos por estar en una zona marginal; otro querrá genética para tener facilidad de parto con entore de 15 meses”, explicó.
Por otro lado, está el impacto de las medidas de manejo y de organización que exige la inseminación masiva el rodeo. En los campos que entra la inseminación surge la necesidad de mayor ordenamiento del rodeo y de adecuación de instalaciones, como un cambio de manga, identificación individual de las vacas, etc. Este ordenamiento es otro “subproducto” de la incorporación de la inseminación artificial.
LA NACION
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