Oscar Angeletti, el campeón de TC que sobrevivió a un choque a 300 kilómetros por hora pero truncó su carrera: bitácora del accidente y el recuerdo de su hija
Yanina tenía dos meses cuando su papá se estrelló a 300 kilómetros por hora en el semipermanente de Santa Teresita ese 18 de febrero de 1990 que truncó su carrera en el Turismo Carretera. Era uno de los animadores tras el título de 1986 con Dodge y los subcampeonato de 1988 y 1989, el último de ellos en el poderoso Fairlane con el que se convirtió en el piloto de TC más ganador en una temporada (4 de 14, una efectividad de 28.5%) y que la ACTC le prohibió usar en el siguiente campeonato, que comenzó y terminó con ese Falcon que preparó hasta un día antes de tomar la ruta para correr la primera competencia del año, una prueba que hubiese ganado pero no pudo terminar. Ahora, es la interlocutora que recuerda a Oscar Angeletti, quien se salvó de milagro hace 35 años y murió hace poco más de 13, unas semanas antes de cumplir 64 años.
“El accidente nos cambió la vida a todos, a él y a todos. Si bien era tan bebé, he repasado tantas veces la historia…”, cuenta la tercera de la descendencia del Pupi, que tuvo a Vanesa (43) y Francisco (41), fruto de su primer matrimonio, y a Yanina y Victoria con Marisa, quien estaba ese día en el circuito. La historia no solo la escuchó de su papá sino también de su padrino, Jorge Angeletti, primo hermano de Oscar. “Era el copiloto en todas las carreras, menos en el accidente. Él contaba que se complementaban, lo ayudaba a mi papá a no pasarse de rosca cuando capaz quería ganarle al tiempo y al viento. Como que él le ponía la cabeza: iban peleándose adentro del auto pero para que haya un equilibrio y lograr el objetivo sin hacer macana. Y él fue a Santa Teresita y primero le decía que no corra, que el auto no estaba para correr”, recuerda.
Oscar había trabajado con su equipo en ese Falcon en el taller de Burzaco hasta el viernes previo a la carrera. Cuentan que preparar un auto con el Pupi no era una tarea difícil porque se montaban elementos nuevos en cada competencia -de hecho, muchas de las piezas que él sacaba de sus autos iban a parar a otros rivales de la categoría con presupuestos menores-. También alguien que integró ese grupo rememora que el 17 de febrero probaron en Oliden, una localidad sobre la ruta 36, y los tiempos demostraban que aún sin el Fairlane, Angeletti tenía chances de ganar y así demostrarle a la ACTC que no importaba la máquina sino el piloto. “Mi papá estaba enojado; estaba enojado y quería correr, estaba enceguecido en ese sentido”, aporta su hija.
Quien se subió ese día en el asiento del acompañante fue Tito Garín. “Mi papá le dijo a mi padrino: ‘Bueno, dejalo que quiere estar conmigo en una carrera’. Él le decía que no, que él quería estar con él, a lo que mi papá le respondió: ‘No, dejalo que venga’. Tito era alguien que quería estar de copiloto pero no le iba a decir nada, iba a estar solo sentado ahí, no iba a estar diciéndole hacé esto o lo otro. Entonces, capaz fue un error. Mi tío dice: ‘Si hubiese estado conmigo no se accidenta porque yo lo hubiera frenado’”, revive Yanina.
Ante casi 40 mil personas, según relatan los diarios de esa época, Juan De Benedictis ganó una carrera que pudo haber quedado en las manos de Angeletti si al esquivar un auto que estaba cruzado, no se hubiera despistado y metido en ese cambio de mano de la ruta 41 hasta impactar con un talud de tierra.
“Mi papá igual dice que él tuvo como una visión del accidente, que él vio que se iba a accidentar”, rememora Yanina. Y amplía su relato: “Que su intuición se lo dijo un montón de veces. Hasta dijo que veía como una nube negra donde él se iba a accidentar y decía ‘me estoy desconcentrando’, que en ese momento la concentración es todo. Empezó a ver que había algo malo ahí en ese lugar y cuando llegó, se accidentó”.

Guillermo Quintana, enviado especial de Clarín, escribió en el diario del 19 de febrero: “Según el doctor Zurita, médico de la ACTC y testigo del accidente, Angeletti salió con el auto desacomodado. Pisó arena y se estrelló violentamente contra un talud de tierra que protegía una columna de alumbrado. El auto se clavó de trompa, quedó unos instantes con las ruedas traseras suspendidas en el aire y luego se apoyó sobre sus cuatro neumáticos. Ver el estado del auto impresionaba, realmente. Sobre todo la barra de la dirección, que estaba retorcida y levantada. El volante estaba totalmente deformado. Lo más probable es que el golpe que Oscar tiene en la cabeza haya sido contra la columna de la dirección. La butaca delantera derecha había cedido por la violencia del impacto”.
En primera instancia, una ambulancia llevó a Angeletti y a Garín a la Sala de Primeros Auxilios de la 39 y 5. Pero la gravedad de los heridos requería una atención mayor, por eso tanto Jorge Angeletti como los amigos que integraban el equipo de competición se movieron para un traslado. El entonces ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Alvarez, ordenó que el helicóptero de la Policía los transportara hasta el aeroparque de la Capital Federal para su posterior internación en el Sanatorio Güemes. “Movieron cielo y tierra y se dio que lo pudieron atender rápido y que aparte era joven, entonces su cuerpo era muy fuerte, porque no es algo que hubiera tolerado cualquier cuerpo lo que le pasó. Sobrevivió de milagro”, remarca su hija.
Oscar Angeletti quedó en terapia intensiva con un traumatismo de cráneo severo y un traumatismo en el ojo izquierdo y el Güemes no entregó parte médico hasta el día siguiente, cuando en un escueto comunicado dijo que había “una leve mejoría”, al tiempo que precisó que el estado de Garín era “delicado y sin conocimiento”.

Salió de terapia intensiva recién el 24 de febrero pero su internación fue larga y su recuperación, aún más. “Estuvo mucho tiempo, casi un año para rehabilitarse después. Tuvo aparte una lesión en la médula, porque al sacarlo del auto lo doblaron y por esa herida no podía caminar. Pero después de un año ya estaba superado el accidente, ya había vuelto a caminar y lo único que le había quedado era lo del ojo”, completa quien aprendió a caminar a la par de su papá.
Reinventarse después de volver a nacer

“Todos decían que él había cambiado, que era otra persona. Como que lo había marcado mucho. Como yo recién había nacido, mi papá siempre fue el de después del accidente. Pero todos me decían que había cambiado. Yo creo que él lo tomó como una nueva oportunidad, porque podría no haber sobrevivido y él sabía perfectamente que la vida que tenía había costado mucho. Y cuando empezó a estar bien, mi mamá volvió a quedar embarazada y la tuvieron a mi hermana y le pusieron Victoria, porque fue una victoria haber tenido un hijo después de haber pasado por eso. Si bien lo recordaba con un poco de melancolía al automovilismo, era una nueva oportunidad de la vida poder tener a sus hijas chiquitas y a mis hermanos más grandes. Él estaba bien. Lo superó bien. Después, el último tiempo, se le empezó a complicar por otros temas de salud, por la edad”, valora Yanina Angeletti.
La secuela del accidente que truncó el futuro del Pupi en el automovilismo fue la pérdida de la visión en su ojo izquierdo que las operaciones no pudieron recuperar. “Él se había mentalizado que las carreras ya no eran para él y se alejó también del mundo automovilístico. Los primeros años después de correr sí participaba bastante de la ACTC, estaba como más activo en ese mundo y después con el tiempo fue como involucrándose cada vez más con el mundo del acero, muy metido a fondo con eso, y con la familia, era un papá full time. Estaba mucho con nosotros y trabajaba un montón en algo que también le gustaba un montón. Siempre a lo que él le ponía el corazón, iba a fondo”, describe.
Aunque no se anima a afirmarlo, hace un guiño cuando la consulta apunta a si su papá se habría retirado de grande, ya que debió hacerlo obligadamente a los 42 años y menos de un década después de sus inicios en los zonales, donde fue campeón del Cuarto de Milla (1982) y del TC Bonaerense (1983): “Le gustaba mucho, le gustaba mucho la velocidad. Le encantaba todo eso”.

“Después de haber corrido, le empezaron a gustar mucho los autos modernos: le fascinaban autos tipo la Mitsubishi, el Audi. Le gustaba mucho lo que es la tecnología en los autos, esos autitos que parecían un plato volador, muy aerodinámico siempre tenía que ser el auto. Había llegado a tener un auto automático, estaba fascinado; ‘Esto es un juguete’, decía. En mi casa no había auto familiar, el auto de todos los días era el Eclipse, que era súper chiquito y nosotros éramos cuatro más él con mi mamá, o sea seis arriba del auto, no entrábamos”, cuenta entre risas.
La pasión por los autos que alimentó en los ’60 andando en una avenida Pavón casi sin vehículos, tan distinta a la de estos días, se las heredó rápidamente a sus hijos: a todos los enseñó a manejar desde muy chicos. “Yo era muy chica -dice con énfasis-, tenía menos de 10 años. De a poquito, en la fábrica, donde no había nada alrededor. Nos enseñó a manejar a todos y nos decía: ‘Ustedes practiquen, que esto son horas de vuelo. Esto es como si fuera el fútbol: ¿vos querés tener un Maradona? Desde chiquito lo tenés que poner con la pelota’”. Francisco, el único varón y cuya mamá también se subió al auto de Oscar como acompañante, incursionó en el automovilismo y llegó al TC Bonaerense, misma categoría en la que su papá fue campeón. “Desde que era chiquito tenía su karting, era un bebé que andaba en karting”, refleja su hermana.
“Así también gané”: el cuadro del living y la bitácora de puño y letra que se harán museo

Oscar Angeletti se crió entre Banfield y Burzaco, donde está Aceros Angeletti, la forja fundada por su papá Francisco -exjugador de fútbol- y que ahora dirige su hermano Pancho. En su casa familiar, el comedor se había transformado en un museo cuando dejó de correr. Entre trofeos y fotos, un cuadro captaba la atención porque no solo había un auto en tres ruedas (el Fairlane en la carrera de Tandil que definió la temporada 1989) sino porque llevaba escrita una frase suya: “Así también gané”.
“Contaba que cuando se le había roto la llanta y ganó en tres ruedas lo habían tenido en alza más de una hora. Decía: ‘Eso no te lo olvidas ni en 25 vidas, te lo llevás para siempre’. El era muy de lo popular. Creo que disfrutó y supo valorar lo que vivió porque son cosas únicas. Mismo ahora con las redes sociales hay un Facebook en el que un montón de seguidores se la pasan subiendo videos de él y lo recuerdan después de tanto tiempo. Y a mí me encanta. Yo obviamente pienso en él, lo extraño, lo tengo súper presente pero soy su hija. Y ver que la gente sigue pensando en su trayectoria, en lo que pasó en ese momento, que fue en ese contexto del automovilismo con todos esos corredores súper talentosos, es relindo pensar en cómo la gente lo valora”, se enorgullece Yanina.
Aunque fue una victoria que no alcanzó para ser título -que quedó en manos del Pincho Oscar Castellano-, Angeletti sabía lo que era ser campeón. Lo había logrado en 1986 en el último Gran Premio de la historia del TC, en La Pampa, y la anécdota de aquel día muestra la cara pícara del piloto. “Mi tío me cuenta que en esa carrera se bajaron del auto en el medio de la nada, hacía calor, estaban en el medio del campo y empezaron a caminar y gente que había ido a ver la carrera estaba haciendo asado. Y dijeron: ‘Ay un choricito’, y agarró un choripán del tipo”, revela Yanina sobre aquel día en el que su papá abandonó la tercera y última etapa de la carrera pero escondió el Dodge entre los árboles para que Castellano creyera que seguía en competencia y exigiera su auto hasta romperlo (lo que sucedió finalmente) para ganar un campeonato del que era el líder.
Tanto esos como otros recuerdos están escritos en la bitácora que el Pupi hizo aquellos años y que sus hijos también conservan como una reliquia, porque está documentada con recortes de diarios y revistas, fotos y sus propias anotaciones de cada carrera. “Era como un diario que él armaba de lo que iba pasando, o mismo de la carrera, cómo había terminado. La hizo él, con su letra. Re lindo. Siempre me encantó ver toda la bibliografía, porque él guardó todos los recortes de diario de esa época. Su paso fue como muy rápido: mi papá arrancaba, arrasaba y pasaba a la siguiente (categoría). Aparte la gente lo quería mucho, y a él lo llenaba tanto eso. Y tenemos la intención con mis hermanos de armar un lugar para juntar todo esto y poder mostrarlo para tanta gente que capaz lo va a valorar. Estamos viendo dónde pero ya las cosas las tenemos restauradas: los cuadros enmarcados nuevos, los trofeos pulidos y mi hermano está trabajando en un proyecto para armar uno de los autos que él tenía”, cuenta quien además es arquitecta, por lo que el proyecto familiar la moviliza también en el aspecto profesional.
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