Suicidios y acoso en redes, la cara oscura del milagro económico en la ola cultural coreana
MADRID.- Desde hace años, el exitoso Hallyu, la ola de cultura popular que ha colado en todo el mundo el cine, la música pop y los formatos televisivos surcoreanos, también se cuela en los catálogos de plataformas como Netflix a través de sus series y películas románticas. Una de las estrellas de los llamados K-dramas era la actriz Kim Sae-ron, de 24 años. Este domingo, fue encontrada muerta en su casa de Seúl, informó la policía de la ciudad en lo que considera un suicidio. Es la última de una larga serie de fallecimientos inesperados en el seno de la industria del entretenimiento del país asiático, una de las más competitivas del mundo.
La actriz ha sido una más de las celebridades que se han visto salpicadas por la dura campaña contra las drogas que lleva años impulsando el controvertido presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol. Kim había enfrentado una condena por conducir bajo los efectos del alcohol en 2022, lo que le supuso una multa de 20 millones de wones (unos 13.650 dólares), condena muy inferior a la que asumiría un ciudadano anónimo. Desde entonces, intentaba sin éxito reflotar su carrera. Tras conocerse su muerte, la comunidad de fans Women Celebrities Gallery ha condenado las duras críticas y la cancelación que la actriz había recibido a través de las redes sociales en los últimos años.
Triunfar en Corea del Sur supone algo más que hacerse rico y famoso. Es sinónimo de ser un importante activo para su gobierno. El Hallyu es, junto a las exportaciones, uno de los milagros económicos que han rescatado a una nación que enfrentaba una profunda crisis financiera desde 1997. En 2004, su valor equivalía a un 0,2% del PBI del país (1900 millones de dólares), mientras en 2019 su valor se multiplicaba más de seis veces, hasta alcanzar los 12.600 millones de dólares, explica Casa Asia.
En estos cinco años posteriores, esas cifras han seguido creciendo, gracias a que el Ministerio de Cultura surcoreano lleva décadas invirtiendo de forma consciente y planificada en esta industria. El resultado se traduce en el prestigio de los directores coreanos en los festivales de cine, los récords de ventas obtenidos por bandas de K-Pop como BTS, el gran seguimiento de K-dramas y de otras series que alimentan la oferta de las plataformas de streaming y la infinidad de versiones de concursos como Mask Singer. Que Corea del Sur se haya convertido a través de las pantallas en uno de los países más populares del mundo repercute también de forma positiva en su industria turística y en un relevante factor geopolítico: el poder blando. Se trata de la influencia diplomática e ideológica que logran los Estados a partir de la creciente popularidad de sus productos culturales.
Ramón Pacheco, titular de la Cátedra KF-VUB de Corea en el Centre for Security, Diplomacy and Strategy (CSDS) de Bruselas, compara a las estrellas del entretenimiento surcoreano con los deportistas de élite de otros países, por el peso de representar a toda una nación y la disciplina necesaria para lograr la excelencia. “Lo que comenzó siendo una estrategia económica por parte del Gobierno surcoreano se reveló más tarde como un poderoso activo diplomático y publicitario”, comenta Pacheco por teléfono a este periódico. “Las autoridades consideran que, incluso el éxito mundial de películas que denuncian la desigualdad de la sociedad surcoreana, como Parásitos, hablan del país en clave positiva”, comenta.
Ester Torres-Simón, investigadora responsable del ámbito de Corea en el Grupo de Investigación GREGAL de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), recuerda que “en el momento en que realizas una labor que tiene una influencia tan directa en la economía de tu país es casi imposible escapar a ese nivel de presión”. Además, la idea que tiene Corea del Sur de lo que debe que ser un icono popular sigue siendo muy tradicional, “tanto que ya no representa a la realidad de la calle: se exige que una celebridad sea un modelo de conducta perfecta, algo bastante complicado”, desvela en conversación telefónica.
El caso de la actriz Kim Sae-ron se suma al de Lee Sun-kyun, uno de los protagonistas de Parásitos, el filme que consagró el fenómeno mundial del Hallyu coreano al ser la primera ficción de habla no inglesa en ganar el Oscar a mejor película, en 2020. Poco después de ese éxito, el actor de 48 años, casado y con dos hijos, también se quitó la vida, en diciembre de 2023. Estaba siendo investigado por un caso de supuesto consumo de marihuana cuando fue encontrado inconsciente en el interior de un auto estacionado en un parque del centro de Seúl, tras dejar en su casa una nota de despedida. “En Corea del Sur, las penas por consumo de drogas conllevan, además de un gran castigo legal, una rotunda condena social”, recuerda Torres Simón.
Más que cultura de cancelación tal y como la entendemos en Occidente, ambos expertos explican esa oleada de críticas virtuales como reflejo de un país mucho más desarrollado en lo tecnológico. “Allí, el uso de foros al estilo de Reddit es masivo y forma parte del día a día de las personas, tanto para el activismo social como para las críticas a figuras públicas. Cuentan con una relevancia social que no alcanzamos a comprender en Europa, porque va mucho más allá de la burbuja de Twitter”, argumenta la investigadora de la UAB.
El filósofo surcoreano residente en Alemania Byung-Chul Han, estrella mundial del pensamiento contemporáneo y autor de textos como “La sociedad del cansancio”, analiza desde hace años a la población de los países desarrollados, marcada por el burnout laboral, la dependencia del teléfono móvil, la autoexplotación a todos los niveles y la ausencia de vida personal. Sobre el elevado índice de suicidios en su país, uno de los más elevados del mundo y que afecta a todos los ámbitos de la sociedad, el intelectual explicaba en una entrevista la enorme presión competitiva y de rendimiento que enfrentan los coreanos. “La solidaridad se desintegra. La gente está afectada por depresiones. Obviamente, la gente no puede aguantar ese estrés. Y, cuando fracasa, no responsabiliza a la sociedad, sino a sí misma. Tiene vergüenza y se suicida”, comentaba antes de que comenzara esta oleada de muertes en la industria del entretenimiento.
Torres-Simón apunta que Byung-Chul Han es “un gran filósofo, pero formado en Alemania, donde vive desde hace muchos años; es básicamente un pensador europeo. Sus reflexiones son muy interesantes, pero globales, y aplican a su generación y no a la de los más jóvenes, que ya tienen una relación con el trabajo, con su empresa y una noción de éxito profesional mucho más relajada que la que se tenía hace años en países como Corea o Japón”, comenta la investigadora. “Los menores de 40 ya no viven para la empresa y son más conscientes de sus derechos laborales”, confirma Pacheco.
Pacheco matiza esa elevada tasa de suicidios. “Lo que ocurre es que en Corea del Sur hay un debate intenso sobre el tema, como también lo tiene en el caso de acoso digital. No son asuntos tabú. Como se preocupa más que otros países en registrar todos los casos de suicidio, sus cifras resultan más altas que las de esos otros países, que tienden a usar eufemismos (como muerte accidental por ingesta de medicamentos) para explicar este tipo de muertes a la opinión pública”, explica el experto. Según el Instituto de Estudios Estadísticos de Corea del Sur, las cifras, aunque siguen siendo altas, han descendido con respecto a los años posteriores a la crisis económica global del 2008. “Mientras que en otras culturas las tensiones sociales disparan actos de violencia externos, como los tiroteos masivos, en Corea del Sur se manifiestan con violencia interna”, prosigue.
El cambio de mentalidad en la sociedad surcoreana se evidencia en casos como el del músico y actor Choi Seung-hyun, conocido como T.O.P. y exmiembro de la banda de K-pop BIGBANG. Su historia tiene un final feliz. Repudiado por la sociedad y la industria desde que en 2017 admitiera haber fumado varias veces marihuana mientras realizaba el servicio militar obligatorio, ha necesitado siete años para obtener una segunda oportunidad. Pero Hwang Dong-hyuk, el creador de “El juego del calamar”, ha intentado cambiar esta tendencia punitiva ofreciéndole uno de los papeles más jugosos de la segunda temporada de la serie de Netflix, interpretando a su antagonista, Thanos.
Pero las presiones que enfrentan estos artistas derivan a menudo en finales trágicos. En 2023, murió a los 25 años el cantante de K-pop Moonbin, también encontrado sin vida por su representante en su apartamento de Seúl. Ocurrió tan solo unos días después de que pasara algo similar con la actriz Jung Chae-yull, de 26 años. Sulli, miembro del grupo pop femenino f(x), falleció en 2019 a los 25 años después de denunciar el acoso que sufría en redes sociales. Su amiga Goo Hara, también estrella musical, apareció muerta en su casa un mes después. Dejó una nota en la que confesaba sentirse “muy pesimista ante la vida”, informaba en su momento la policía al diario Korea Herald.
Todos estos artistas, al igual que otros occidentales como Karla Sofía Gascón, triunfan con el apoyo de grandes compañías del entretenimiento, “son empresas que tienen suficientes medios tanto para paliar la mala imagen de sus representados como para proporcionarles apoyo psicológico. El problema es que les tratan como productos y, cuando les generan un problema o se muestran imperfectos, les dejan abandonados. Generan juguetes rotos”.
Héctor Llanos Martínez
El País, SL
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