Donald Trump, vocero de Vladimir Putin y enterrador del liderazgo de Estados Unidos


Las preguntas se amontonan. ¿Tiene Donald Trump sensatez geopolítica de la que surja un plan real para Ucrania?, porque defender la posición de Moscú en el conflicto no es exactamente el camino correcto para resolver la peor pesadilla bélica en Europa desde la Segunda Guerra. La actitud, en cambio, implica una doble capitulación, la de Ucrania desde ya y la del liderazgo de EE.UU., frente al eje del Este global, reducida la mayor potencia occidental a vocera de los intereses del Kremlin.

La consecuencia de ese armado se notó en la evidente mayor solvencia de los enviados de Vladimir Putin en la cumbre diplomática de Riad, donde el canciller norteamericano, Marco Rubio, evitó cuestionar la violación de la legalidad que cometió el Kremlin con la invasión a su vecino. Un dato clave del orden internacional que, por el contrario, la potencia debería resguardar si pretende preservar su hegemonía.

Se marcó ahí, en cambio, que EE.UU. reconoce la razón rusa. Mucho peor, Trump volvió a acusar falsamente a Ucrania de haber iniciado la guerra, la postura que esgrime Moscú, y perdido la oportunidad de ceder territorio para evitar el conflicto. Fue una respuesta soez a la queja del presidente Volodimir Zelenski, a quien trató de dictador, por impulsar un diálogo sin la participación de la víctima del ataque, ni de Europa que es el escenario de esta pesadilla.

“Desde el principio, esta negociación pareció muy sesgada a favor de Rusia. Incluso se plantea la cuestión de si debería calificarse de negociación o, en cierto sentido, de capitulaciones estadounidenses”, estimó precisamente Nigel Gould-Davies, investigador sobre Rusia en el Instituto de Estudios Estratégicos Internacionales de Londres y ex embajador británico en Bielorrusia.

Los gestos fueron claros. Zelenski canceló un viaje el miércoles a Arabia Saudita buscando de ese modo negar legitimidad a la cumbre. Es que Rusia había anticipado ya sus condiciones. El menú incluye retener los territorios tomados militarmente, el desconocimiento del liderazgo de Zelenski y la reducción de su ejército con la prohibición del despliegue de fuerzas internacionales en Ucrania. Una rendición en toda la regla.

¿Tiene Donald Trump sensatez geopolítica de la que surja un plan real para Ucrania?. Foto Reuters

Semejante plan, que bendice Washington, dejaría al país europeo dentro de la esfera de influencia que Moscú busca construir con el collar de países de la difunta Unión Soviética y que es la razón única de esta guerra que el lunes cumple tres años.

Abdicación de la responsabilidad

Todo el posicionamiento de Trump parece naif e imprudente, pero en lo profundo es una abdicación de la responsabilidad y un eco de la decadencia que en el siglo pasado llevó a la humanidad a enormes tragedias. Es sabido que el magnate busca el Premio Nobel de la Paz a cualquier precio por estas gestiones, incluso las insólitas sobre Oriente Medio, y guarda una profunda admiración por Putin con quien quiere reunirse pronto. Esa preferencia explica el nombramiento de Tulsi Gabbard, una militar ex demócrata, al frente de los servicios de inteligencia que enarbola “la legitimidad” de la invasión a Ucrania, concepto que el magnate ha repetido y que es central en la narrativa del líder ruso.

En su aparente impericia, Trump parece no comprender o ignora premeditadamente el carácter sistémico de esta guerra. La actitud genera complejos interrogantes en EE.UU., sobre el destino del país que se reflejan en los comentarios de los medios más cercanos al poder tradicional y a las mayores corporaciones del país. Cuestionan la alianza con un régimen con armas nucleares, aliado de China, Irán y Norcorea, y que considera que los valores occidentales sufren una decadencia terminal.

Por caso, el diputado republicano, Brian Tizpatrick, que integra la Comisión de Inteligencia de la cámara, se apartó de la posición de la Casa Blanca, llamó “dictador” a Putin y advirtió que hay legisladores en ambos partidos que rechazan que se premie al autócrata “para que logre lo que no pudo militarmente”.

 El presidente ucraniano Volodimir Zelenski y el enviado presidencial especial de Estados Unidos para Rusia y Ucrania, Keith Kellogg, en una reunión en Kiev. Foto EFE El presidente ucraniano Volodimir Zelenski y el enviado presidencial especial de Estados Unidos para Rusia y Ucrania, Keith Kellogg, en una reunión en Kiev. Foto EFE

También hay ruidos en el establishment ya preocupado con que un amigo de Trump, el inmigrante sudafricano anti inmigrantes, Elon Musk, socio comercial privilegiado de Beijing, mueva con total impunidad su artefacto pseudo ministerial por los pasillos del Estado para espiar el secreto fiscal de los norteamericanos.

En apenas días Trump ha puesto en duda la capacidad de cortafuegos institucionales de esa sociedad. El desorden y la improvisación se advierten también en las contradicciones del funcionariado norteamericano a cargo de los dos conflictos de este presente. Mike Waltz, el asesor de Seguridad Nacional de EE.UU., que estuvo en la reunión de Riad, calificó de falsa la narrativa de la UE y de Ucrania sobre que fueron excluidos de las negociaciones. Lo fueron.

Días atrás, el propio enviado de Trump para esta crisis, el general Keith Kellog, dijo en Münich que los europeos no participarán porque complica tanta presencia en la mesa de diálogo, además de que les reprochó fallas durante el conflicto de 2014 cuando Rusia devoró la península de Crimea. Unas 72 horas después, la Casa Blanca volvió sobre sus pasos y avisó a Bruselas que “quiere que sepan que nunca dejaron de ser importantes”.

No solo Europa está perdiendo un aliado central de su defensa, el mundo está frente a una potencia que se reduce a un segundo orden. Un giro sorprendente que era previsible menos para los europeos.

Los arrebatos autoritarios del magnate sobre sus supuestos derechos a apropiase de países o territorios entran en ese desconcierto obligando a construir explicaciones de lo que parecen solo fallidos. El caso de Canadá, con el cual ha chacoteado llamando gobernador al premier Justin Trudeau, fue interpretado como una mala ironía por el desagrado que Trump experimenta hacia el joven líder liberal. La ofensiva burda sobre el canal de Panamá se la justificó en el avance notorio de China en América Latina. Pero su propuesta de tomar Gaza para construir una Riviera lujosa disparó la preocupación de que algo no funciona como debería en el sistema de decisión norteamericano.

Hay otras dimensiones que pueden observarse. El reclamo de Trump para adquirir Groenlandia, se basa en que cuenta con yacimientos amplios de las llamadas tierras raras, minerales centrales para la tecnología, entre ellas galio, germanio, antimonio y materiales súper duros, de los cuales China tiene el monopolio.

Las “tierras raras”

Pero esas riquezas estratégicas, también las posee Ucrania. Es interesante notar que mientras el jefe del Pentágono, Pete Hegseth y el vicepresidente J.D. Vance, aterrizaban en Bruselas y Münich respectivamente, el responsable de Economía de la nueva administración, Scott Bessent, llegaba a Kiev para reclamar a Zelenski que ceda la mitad de sus depósitos de esas tierras como devolución por la ayuda prestada en el conflicto y la que podría agregar. Una demanda que continuó luego Kellogs en la capital ucraniana, marcando como inaceptable rechazarla, exigiendo arrodillarse.

Esos recursos están mayoritariamente en los territorios tomados por Rusia, de modo que es con quien hay que negociar. Ucrania naturalmente se negó ante los dos funcionarios. Es improbable sea esto lo único en el radar del magnate republicano, pero escaló la polémica sobre su juicio por el hecho desagradable de buscar extorsionar a un país bombardeado por una fuerza superior, y sometido al riesgo de desaparición.

En un discurso en julio de 1971, el entonces presidente Richard Nixon afirmó que “a EE.UU. no se le puede confiar el poder, EE.UU. debería dejar el liderazgo mundial, porque la forma en que llevamos a cabo nuestra política exterior es inmoral”. Lo decía como autocrítica y culpa, por el desastre vietnamita. Pero Trump parece convertir esa descripción dolorosa en una doctrina de orgullo.

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