El 9 de febrero Sotheby’s concretó su primer remate en tierra saudí, en la ciudad de Diriyah, con resultados tres veces más altos de lo esperado para arte moderno, contemporáneo y digital. El 30% de los participantes tenía menos de 40 años y la mayoría de las piezas fueron compradas por oferentes locales. Señales de cambio.
Cinco años atrás, por estas fechas, se declaraba en China la epidemia del covid. El fantasma más temido de nuestra historia se cobró muchas vidas y provocó cambios que todavía hoy no terminamos de medir. Entre ellos fue un toque de queda para las ventas de arte, con museos cerrados, galerías y subastas sin muestras presenciales, con la incertidumbre y el miedo como compañeros de ruta. Hay un hilo fino, pero firme, que une el nuevo paradigma de las ventas de arte con el legado del covid.
Sin lugar a dudas, el legado de la pandemia es el cambio en todos los planos. De trabajo, de pareja, de gusto, de decisiones, de formas de vida, de expectativas y de prioridades.
El encierro más largo de la historia, al menos en la Argentina, provocó cambios de todo tipo, muchos de alcance inmediato y otros que comenzamos a verificar ahora, cinco años después. Muchos se mudaron al campo y la mayoría adoptó el home office, basta ver el microcentro desmantelado. Otros se reinventaron, con mayor y menor éxito. Algunos ganaron, todos perdimos. Frente a este escenario de pánico, la gente atrapada entre cuatro paredes tomó decisiones de cambio inmediatas, porque el cambio imponía un cambio. Aparecieron galerías jóvenes, muchas, y compradores jóvenes que tomaban la decisión postergada tantas veces de comprar su primera obra. El mercado del arte fue quizás el más sensible, porque comprar arte es un estado de ánimo y no una necesidad. La crisis tremenda, aunque en otra escala recordó a 2002, año que tuvo la más exitosa edición de arteBA presidida por Fito Fiterman.
Con el cambio creció una nueva audiencia, ganó el gusto por el arte contemporáneo, las visitas a talleres, el encuentro, mascarilla mediante, con los artistas, y el deseo que ganó al temor a lo disruptivo, a lo que antes generaba dudas. El límite a la vida impuesto por la pandemia, cambió el lugar del riesgo. Si todo puede terminar, y no sé cuándo, elijo vivir con quien me gusta y con lo que me gusta. Nuevas parejas, casas renovadas, el campo recuperando el lugar de paraíso perdido y el momento de concretar las decisiones postergadas.
Estaba en Europa cuando se desató el pánico frente a un enemigo sin rostro, Macron, en un discurso histórico, habló de guerras y de batallas por librar.
El recuento de los cambios y de los costos recién comienza, pero este giro de 180 grados en el gusto, formas y estilos de vida es parte de la aceleración de los tiempos. El regreso a la normalidad trajo al mercado otros animadores de los dos lados del mostrador. Compradores sub40 y vendedores ídem, más una oferta nunca vista de fundaciones, becas, clínicas, residencias, otros formatos de comercialización y una mirada más federal. Definitivamente, el país no termina en la General Paz: alcanzaron visibilidad nunca vista las escenas de Córdoba, Corrientes, Salta, Rosario… crecieron internacionalmente el tucumano Chaile y la mendocina Chola Poblete, y, hasta, se logró un nuevo récord para el arte argentino. Tuvieron que pasar décadas, y una pandemia, para que fuera superado el millón de dólares pagado por Sigman y Sielecki por Desocupados, de Berni. Un hombre de negocios, coleccionista y cruzado del arte, Andrés Buhar, fundador de Art Haus, pagó US$1,2 millones por los paisajes argentinos de Mondongo hechos en plastilina. Jamás pensado.
Porque otro legado del covid es pensar en lo inmediato. Mañana puede ser tarde. El operador chino que pagó US$6,2 millones por la banana de Cattelan demoró pocos días en comerse la millonaria fruta. Lo que quería lograr ya estaba hecho: fama mundial y nuevos clientes para su expendedora de bitcoins.
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