La muerte de Fred Stolle, leyenda del tenis australiano: por qué se sacó el mote de ‘loser’ en Roland Garros y el recuerdo de su paso por Buenos Aires
Cuando el tenis en todo el mundo se abrió a los jugadores profesionales -fue un deporte innovador, quebrando la barrera entre aficionados y rentados- aquella temporada de 1968 marcó el verdadero cambio de era. Los australianos se habían resignado a que sus dos superstars (Rod Laver, Ken Rosewall) quedaran al margen de los torneos del Grand Slam y la Copa Davis, cuando decidieron convertirse en profesionales en 1962. Pero su cuota de poder igualmente se mantenía en los torneos oficiales a través de nombres como Roy Emerson… y Fred Stolle, entre otros. El dominio en la Copa Davis que se había instalado a partir de aquella construcción del célebre coach Harry Hopman a principios de la década del 50 se mantuvo intocable.
Fue en el marco de aquel cambio, revolucionario, que se jugó el Campeonato Abierto de la República en Buenos Aires, en noviembre del 68, el primer torneo de la región en ofrecer premios en efectivo, oficialmente. Según recuerdan Eduardo Puppo y Roberto Andersen en su “Historia del Tenis en la Argentina”, en aquella oportunidad “se repartieron 6.109.000 pesos moneda nacional, equivalentes a 17.500 dólares, de los cuales 3.300 dólares se destinaban al campeón masculino y 1.000 a la campeona de damas”. Pocas veces como aquella se dio cita un plantel tan lujoso, con cinco vencedores de los grandes torneos: Laver -el único tenista en la historia, hasta nuestros días, en conquistar el Grand Slam, hazaña que consumó dos veces- junto a Emerson, Stolle, el español Andrés Gimeno y el checo Jan Kodes.
Una de las novedades fue la aparición de una juvenil promesa argentina llamada Guillermo Vilas, quien pudo ganarle al brasileño Carlos Fernandes en cinco sets, para caer en la segunda vuelta con el octavo favorito, el estadounidense Herb Fitzgibbon.
Fred Stolle, quien ya acumulaba los dos títulos individuales de Grand Slam que enaltecerían su campaña (Roland Garros 1965, Estados Unidos al año siguiente), ingresó en la segunda vuelta para vencer al argentino Van Kerkhoven, superó luego al chileno Jaime Pinto Bravo y perdió en los cuartos de final con el brasileño Thomas Koch (los partidos se jugaban al mejor de cinco sets). Hasta la final escalaron los dos favoritos, quedando el título para Emerson al ganarle a Laver 9-7, 6-4 y 6-4, en uno de sus tantos enfrentamientos en el circuito.
No obstante, el paso de Stolle por tierra argentina no sería olvidable ya que exhibió su clase de doblista -acumuló diez títulos de Grand Slam en esa competencia- y junto al español Andrés Gimeno derrotaron en la final a Emerson y Laver en cuatro sets. La británica Ann Haydon Jones, por su parte, embolsó aquel premio de damas cuando otra de las favoritas, la estadounidense Nancy Richey, no pudo presentarse a la final por una lesión muscular.
Frederick Sydney Stolle, el protagonista de esta historia, había nacido el 8 de octubre de 1938 en Hornsby, Nueva Gales del Sur. Y murió este miércoles 5 de marzo, a sus 86 años, dejando un legado elogiable en todos los campos: excelente tenista de la década del 60 (aún cuando prolongó su campaña por varios años más), entrenador (condujo a Vitas Gerulaitis a la conquista del Open australiano y a los primeros planos del ranking), gestor. Y comentarista de TV: infaltable en las cadenas que transmitían los grandes torneos, con sabiduría, serenidad y toda la experiencia que le daba su trayectoria de jugador.
Cuando fue ingresado al Hall de la Fama, mucho más adelante, lo definieron perfectamente como jugador: “Nunca se podrá decir que los tenistas australianos que fueron entrenados por el severo y disciplinado Harry Hopman no se cuidaron entre sí, tanto dentro como fuera de la cancha. Fred Stolle no fue una excepción. Con una esbelta estatura de 1,90 metros, Stolle tenía la complexión perfecta para sacar y volear y cubrir la red. Su tamaño era una bendición, especialmente en el servicio, donde podía ponerse por encima de la pelota, golpearla en las esquinas del cuadro de servicio y correr con gracia hacia la red”. “Cuando hablamos de la era dorada de Australia y la progresión del amateurismo al profesionalismo, el nombre de Stolle está a la altura de los mejores”, dijo ahora Craig Tiley, titular de la federación tenística de ese país.
Lo elogiable, también, es que Stolle alcanzó la gloria de un título de Grand Slam cuando venía de perder cinco finales de las grandes -cuatro de ellas ante Emerson – y podía perseguirlo una incipiente fama de “loser”. Y ese primer título llegó donde menos lo esperaba, en Roland Garros, donde venció a Tony Roche: 3-6, 6-0, 6-2 y 6-3. Hasta ese entonces, por su estilo de juego de saque y volea, apuntalado también por un punzante y delicioso golpe de revés, parecía más destinado a Wimbledon o el torneo de Estados Unidos, que se jugaban sobre canchas de césped.

Apodado “Fred el Fuego”, o a veces “Fuego”, aquellas cinco derrotas se produjeron en Wimbledon (1963 y 1964), Australia (64 y 65) y Estados Unidos (64). Hasta que llegaría la coronación, en canchas de arcilla, donde no parecía tan dominante. “Perdí un montón de finales contra Emerson, pero contra cualquier otro jugador me sentía cómodo. Roland Garros no era el torneo que se suponía ganar… pero fue emocionante para mí”, recordó.
La segunda corona de Grand Slam llegó al año siguiente, cuando -sin siquiera estar preclasificado, pese a sus antecedentes- derrotó en Forest Hills a su compatriota John Newcombe. Este tampoco estaba preclasificado, pero en la semifinal superó a otro de los grandes de ese tiempo, Manolo Santana. Y Stolle se dio el gusto de batir a Emerson. La final fue un verdadero deleite de tenis depurado y ofensivo, ganada por Stolle en 4-6, 12-10, 6-3 y 6-4. Ese triunfo lo convirtió en el número 1 del tenis mundial de 1966, una clasificación extraoficial (los rankings de la ATP llegaron varios años después).
Stolle, al desembarcar en Nueva York, se había indignado porque no lo incluyeron entre los preclasificados: “Supongo que piensan que soy solo un viejo luchador. Bueno, demostraré que el viejo hacker todavía puede jugar un poco”, dijo. Y tenía solo 28 años. Todavía seguiría en combate en el US Open, luego pasado a canchas de arcilla (antes del cemento) hasta 1972, cuando el campeón Ilie Nastase lo detuvo en cuartos de final. En la temporada siguiente aún lograría un título de ATP, la organización que recién surgía, en el césped de Chrischurch, Nueva Zelanda.
El despliegue físico y la aptitud técnica de Stolle se extendían en dobles. Logró siete títulos dobles mixtos en grandes campeonatos y diez de dobles masculinos, teniendo como compañeros a Hewitt, Emerson y Rosewall. Es uno de los pocos tenistas en la historia que ha ganado título de dobles en todos los torneos del Slam.

Pero lo que convirtió a Stolle en una de las armas favoritas del poderoso tenis australiano fue su contribución en la Copa Davis, ganando en tres ediciones consecutivas entre 1964 y 1966. Su triunfo más recordado se produjo ante el clásico rival, Estados Unidos, en la serie de 1964 en Cleveland. Los australianos estaban 2-1 abajo tras la jornada de dobles, pero Stolle equilibró la serie al batir en cinco sets a Dennis Ralston (décadas después, coach de Gaby Sabatini por un breve período). Emerson, agradecido, resolvió esa serie para Australia al vencer a Chuck McKinley.
A su retiro de las competiciones -tras acumular 31 títulos entre amateurismo y profesionalismo– se radicó en Estados Unidos. Además de entrenar a jugadores de primera clase como Gerulaitis y de brindar sus conocimientos a millones de aficionados por TV, Stolle realizó múltiples tareas en el deporte. Entre ellas, la presidencia de un evento de ATP que se disputaba en Delray Beach, Florida. Australia lo homenajeó con las máximas condecoraciones, como la Orden nacional de 2005 y su propio Hall de la Fama (1988). Casado con Pat, uno de sus hijos -Sandon Stolle- fue un excelente doblista (campeón del US Open). También tuvieron dos hijas, Monique y Nadine.
El miércoles, para despedirlo, la Federación australiana lo definió: “Un campeón de Grand Slam en la cancha, una voz en la cabina y una leyenda para siempre en nuestros corazones”.
“Como escribí en mi libro sobre la Era Dorada del tenis australiano, Fred Stolle era demasiado buena persona. Ganó muchos Grand Slams y estuvo en las finales de muchos más. Se necesitaba lo mejor para vencer a lo mejor. Nunca nos cansamos de revivir el pasado mientras viajábamos por el mundo mirando hacia el futuro con un amor duradero por el deporte”. Lo escribió para saludar su partida nada menos que ese gigante del tenis de todos los tiempos y contemporáneo de Stolle llamado… Rod Laver.
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