Donald Trump, Stalin y los espectros de la Unión Soviética
En un celebrado ensayo, El juego estratégico, Zbigniew Brzezinski notaba que aparte de cruces ideológicos típicos, el litigio entre Washington y Moscú se definía por “la ampliación del poder y la influencia sobre territorios, población y poderío militar para intimidar o contener al oponente”. Las categorías geopolíticas y estratégicas determinan “el centro, la sustancia y el resultado del conflicto”, señalaba. El ex asesor de Seguridad nacional de Carter aludía a las tensiones entre su país y a la entonces Unión Soviética, que colapsaría cuatro años después de esa publicación, pero el comentario encaja con perfección en este presente.
Permite observar que a la muerte de la URSS, le ha sobrevivido la metodología estratégica que exhibió con holgura Stalin para devorar Europa oriental mucho antes del reparto de Yalta. Un estilo que prevalece hoy en Vladimir Putin para sostener sus demandas sobre Ucrania, encubrir sus graves pretensiones hacia adelante y hasta abusarse de la ingenuidad narcisista del líder norteamericano Donald Trump distante de aquellas categorías.
Este desorden geopolítico se agudizó con el regreso del magnate a la Casa Blanca al exhibir una inmediata cercanía con Moscú y el alejamiento de sus aliados históricos. Putin, con mayor claridad, aprovechó la novedad para facilitar su proyecto imperial que se modela como un espectro de la experiencia soviética. En Rusia hay una democracia ficticia, sin oposición, libertad de expresión e independencia de poderes, coronado con un liderazgo vitalicio que, hermanado a la potencia China, se propone como relevo del Occidente decadente.
La conversación que sostuvieron Trump y Putin por segunda vez este martes ejemplifica estas distorsiones. Washington planteó ese contacto como el umbral de un giro definitorio para cancelar la guerra. No sucedió tal cosa porque Putin no lo quiso a despecho de lo que pretendiera Trump. De modo que no habrá tregua en el modelo que imaginaba EE.UU. pactado con Kiev, menos desde ya el más soberano que demandan el gobierno ucraniano y sus aliados europeos.
Una noción de cómo se manejó el poder en ese diálogo lo revelan un par de detalles poco conocidos. La charla se extendió por más de dos horas, casi tres, un extenso desarrollo que incluyó en detalle la agenda global, pero el Kremlin la resumió en un texto mínimo de no más de 500 palabras. Nada para destacar, salvo precisiones cuidadosamente diferentes a las que sostuvo la Casa Blanca. Peor aún, Putin hizo esperar a Trump más de una hora sobre el horario pactado debido a que el líder ruso estaba entretenido en una reunión con empresarios, según se pretextó.
No fue una excepción. Días antes, el enviado especial de Trump a la región, Steve Witkoff, debió esperar 8 horas hasta que Putin lo recibiera en su despacho. Stalin también solía utilizar ese desprecio hacia sus visitantes y hasta con aliados para marcar quién estaba al mando, y era legendaria su demanda de ciega consideración. Tras uno de sus discursos, la gente tenía tal temor de ser el primero en dejar de aplaudir que la ovación de pie se prolongó 11 minutos. Finalmente, el director de una fábrica de papel se animó a sentarse. Esa noche fue arrestado y condenado a 10 años de prisión.
En las conclusiones de la charla, Putin le brindó algún consuelo a Trump para que no quedara con las manos vacías. Se aceptó un cese limitado que apartó del blanco a las estructuras de energía ucranianas. Menos de 24 horas después Moscú volvió a atacarlas. Al mejor estilo soviético y pese a la evidencia, la cancillería rusa negó esos bombardeos que se repitieron el día siguiente. No hubo reproches de la parte norteamericana, alcanzó con el desmentido.
La fortaleza de Putin
Toda la escena fortaleció la posición del líder ruso camino a una negociación, quizá por el momento improbable, para una paz en el conflicto que claramente los europeos exigen que no valide una victoria absoluta de Moscú. Ese riesgo existe. Putin le reclamó a Trump que cualquier diálogo de paz se de sin la intervención de Ucrania, desdeñando los derechos existenciales de ese país, pero también vetando a Europa, que en las visiones de los líderes aparece como un poder que no debe ser tenido en cuenta.
Las coincidencias entre ambos son aún mayores. Trascendió que uno de los hijos de Trump y su yerno, conspiran para hallar un relevo del presidente Volodimir Zelenski y forzar elecciones anticipadas en Ucrania a despecho de que la guerra lo impediría. Pero es una demanda del Kremlin, obsesionado con colocar un aliado títere en Kiev. EE.UU. acompaña esa pretensión debido, además, a que Trump no perdona a Zelenski que no lo haya acompañado en la denuncia de corrupción que había construido contra Joe Biden y uno de sus hijos con negocios en Ucrania.
Todo este combo, en fin, hace que después de tres años como un paria en el mundo por haber violado la juridicidad internacional y atacado de modo salvaje a Ucrania negando el derecho a existir de ese país, la Rusia de Putin está de regreso discutiendo la agenda global como una potencia equivalente a la norteamericana.

“No puedo recordar otro periodo en mi vida en el que la diplomacia haya sufrido un vuelco tan enorme en tan poco tiempo”, reflexiona Nigel Gould-Davies, investigador sobre Rusia y Eurasia del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos. Para este cientista es deplorable la afinidad y simpatía de Trump hacia Putin y su reticencia a castigar o restringir a Rusia, lo que le permite al líder del Kremlin ceñirse a su estrategia de “destruir militarmente Ucrania y sobrevivir políticamente a Occidente”. Las categorías del Juego Estratégico.
En la década de 1980 –recuerda Gould-Davies-, Mijaíl Gorbachov líder de la URSS, tardo cuatro años en abandonar los compromisos soviéticos de larga data en Europa del Este. “Hoy EE.UU. ha demorado apenas cuatro semanas en cuestionar y derribar sus compromisos fundamentales con Europa”.
“Una desfachatez impresionante”
Analistas como Jo Adetunji, respetada editora de la británica The Conversation, remarcan con cierto escándalo que Trump no haya reconvenido a Putin cuando en el diálogo entre ambos afirmó que Ucrania no es un negociador confiable, no tiene palabra y viola los derechos humanos. “Una desfachatez impresionante, fue Rusia la que incumplió acuerdos vinculados a las fronteras ucranianas así como numerosas disposiciones de la Convención de Ginebra sobre el trato a la población civil y a los prisioneros de guerra”, señala la periodista. Nadie olvida a Bucha.
Todo esta arquitectura de desvíos explica una sugestiva cadena de hechos. Desde el repudio del poder económico y político europeo contra Washington y la decisión de unificar posiciones militares del bloque como una advertencia a Moscú, a los descontroles que aparecen en escenarios como el de Oriente Medio. Allí Israel destruyó la tregua armada por el propio Trump con la banda terrorista Hamas por un aparente interés de sobrevivencia política del premier Benjamín Netanyahu. La crisis ahora bordea una guerra ampliada, que puede acabar en un desastre por imprudencia y ausencia de un orden internacional tangible.
Es probable que por todo esto y por sus polémicas ideas económicas, comiencen a visualizarse límites contra Trump. Inesperadamente el presidente conservador de la muy conservadora Corte Suprema de EE.UU., John Roberts, lo reprendió públicamente por exigir la destitución de un juez. Horas después el titular de la FED, Jerome Powell, el Banco Central de la potencia, denunció la incertidumbre con la que el magnate anegó una economía que tenía un ritmo sólido. El Capitolio aún no habla. Como aquellos aplaudidores de Stalin, los republicanos que controlan ambas cámaras, incluso los liberales contrarios a las prácticas proteccionistas que entusiasman a Trump, sigue aplaudiendo y no se animan a sentarse. Se verá hasta cuando.
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