La relación entre Estados Unidos y Sudáfrica atraviesa su peor crisis en décadas. La Casa Blanca expulsó esta semana al embajador sudafricano en Washington, Ebrahim Rasool, que había acusado a la administración Trump de impulsar una “insurgencia supremacista” en Occidente. El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, justificó la medida calificando al diplomático como un “agitador racial” que “odia a América”.
Esto sucedió después de que el presidente Donald Trump suspendiera la ayuda estadounidense a Sudáfrica y firmara una controvertida orden ejecutiva que ofrece asilo en EE.UU. a los afrikáners, la comunidad blanca de origen holandés en el país africano, al considerar que sufren discriminación racial.
En plena escalada del conflicto, expertos atribuyen la retórica y las medidas de Trump hacia Sudáfrica a sus lazos con influyentes figuras del mundo tecnológico, como Elon Musk y Peter Thiel. Estos empresarios, que forman parte de la llamada “mafia de PayPal”, difundieron la idea de que los blancos sudafricanos están bajo amenaza, e incluso sugirieron que el país africano es un “anticipo” de lo que podría suceder en Estados Unidos si avanzaran las políticas de diversidad.
Analizamos qué hay detrás de esta ofensiva de Trump, y qué papel juegan Musk y otros magnates tecnológicos vinculados con Sudáfrica.
En una orden ejecutiva suscrita en febrero, Trump anunció que los afrikáners, descendientes de colonos holandeses que llegaron a Sudáfrica en el siglo XVII, pueden ser admitidos como refugiados en Estados Unidos. Un mes después, Trump amplió la invitación a todos los agricultores sudafricanos blancos bajo el argumento de que su país era “un mal lugar donde estar en este momento”.
Desde entonces al menos 70.000 sudafricanos expresaron algún interés en exiliarse a Estados Unidos, según la Cámara de Comercio de Sudáfrica (Saccusa) con sede en Atlanta. El presidente estadounidense argumentó que los blancos son “víctimas de una discriminación racial injusta” promovida por el gobierno sudafricano, en referencia a una nueva ley que permite la expropiación de sus tierras sin compensación cuando se considere de interés público.
“Trump tiene una visión alineada con grupos de presión como AfriForum y sectores de terratenientes en Sudáfrica, que impulsan la narrativa de que en Sudáfrica hay violencia punitiva y políticas redistributivas de un gobierno mayoritariamente negro contra una población minoritaria blanca, como represalia por el apartheid”, explica a BBC Mundo Ryan Cummings, director de la consultora política y de seguridad Signal Risk.
La oferta de acogida de Trump a los blancos sudafricanos, la suspensión de la asistencia económica que Estados Unidos proporcionaba a Sudáfrica a través de diversos programas y la expulsión del embajador Rasool agravaron la ya existente crisis entre ambos países. “Las relaciones entre Sudáfrica y Estados Unidos son tensas desde hace varios años debido a nuestra postura en política exterior, en la que nos hemos acercado a países como Israel, China e Irán”, afirma el experto sudafricano.
Cummings también señala que “la decisión de Sudáfrica de llevar a Israel ante la Corte Internacional de Justicia (por presunto genocidio en Gaza) trajo una gran atención por parte de la administración de Trump hacia nuestras políticas exteriores y también hacia nuestras políticas internas”. “En respuesta, Trump quiere destacar ante la comunidad internacional que el mismo gobierno que lleva a Israel ante un tribunal internacional por presuntas violaciones de derechos humanos es el mismo que, desde una perspectiva interna, está infringiendo esos mismos derechos humanos sobre su propia ciudadanía”, agrega.
Por su parte, el sociólogo Patrick Bond, director del Centro para el Cambio Social de la Universidad de Johannesburgo, enfatiza que en EE.UU. causó “especial ira” el caso de Sudáfrica contra Israel en La Haya, ya que “los dos principales tribunales internacionales allí no solo condenarán a Israel, sino que implicarán a sus socios en el crimen en Washington, Berlín, Londres y Bruselas tras la conclusión de las deliberaciones sobre el genocidio”.
Una de las cuestiones que se plantearon a raíz de esta polémica es si los afrikáners y la población blanca en general realmente sufren discriminación y persecución en Sudáfrica. Más de 30 años después del fin del apartheid, los blancos, que representan algo más del 7% de la población de unos 63 millones de habitantes de Sudáfrica, poseen aproximadamente el 70% de los terrenos privados, según un informe de 2017 del Departamento de Desarrollo Rural y Reforma Agraria. Además, un blanco sudafricano es en promedio unas 20 veces más rico que un negro, de acuerdo a un estudio de 2023.
Desde el fin del apartheid en 1994, Sudáfrica fue gobernada por administraciones de mayoría negra lideradas por el Congreso Nacional Africano (ANC), que aplicaron políticas y leyes de acción afirmativa -también llamada discriminación positiva- para compensar las desigualdades raciales históricas. “En Sudáfrica, debido a nuestra historia, a que el racismo fue legislado en todos los ámbitos políticos, sociales y económicos, hemos tenido que implementar ciertas políticas para abordar esos problemas, abordar la desigualdad de ingresos y la segregación racial que aún persiste en gran parte de nuestras principales ciudades y zonas rurales”, afirma Cummings.
Los sucesivos gobiernos del ANC intentaron aplicar reformas para redistribuir tierras, en un proceso que avanzó de forma gradual. La ley aprobada recientemente permite al Estado expropiar terrenos sin compensación en ciertos casos específicos, como cuando están abandonados, improductivos o fueron obtenidos de manera fraudulenta durante el anterior régimen del apartheid.
El profesor Bond cree que, pese a la reforma, “las personas blancas cuyos antepasados robaron tierras y propiedades a los negros seguirán beneficiándose de sus privilegios pasados debido al carácter conservador de la reforma agraria post-apartheid, la insuficiente asignación de presupuesto para la adquisición de tierras agrícolas y la privatización de los servicios estatales como riego, electricidad, servicios de extensión y juntas de comercialización”. Por otro lado, cada año se producen cientos de ataques violentos en áreas rurales de Sudáfrica, generalmente perpetrados por población negra y en muchas ocasiones causando la muerte de granjeros blancos.
“Se han presentado como actos de violencia de sudafricanos negros que atacan específicamente a afrikáners o blancos de origen afrikáner, y ciertos grupos han planteado que la violencia que ha ocurrido es una especie de preludio a un genocidio sistémico, debería decir, contra la comunidad afrikáner blanca”, explica.
Un informe de 2022 del Instituto Sudafricano de Relaciones Raciales (SAIRR) concluyó que estos homicidios afectaban tanto a agricultores blancos como negros y, en la mayoría de los casos, estaban relacionados con robos y conflictos laborales más que con ataques de carácter racial. Esto se produce en un contexto de violencia generalizada en un país que desde hace años sufre una grave crisis de inseguridad. Con más de un tercio de su población desempleada, Sudáfrica presenta elevados índices de criminalidad, con una tasa de 45,3 homicidios por cada 100.000 habitantes en 2023, una de las más altas del mundo, según datos de la policía.
El marcado enfoque de Trump en la seguridad y los derechos de los blancos en Sudáfrica se atribuye, en parte, a la influencia de importantes figuras de su entorno, en particular empresarios vinculados a la industria tecnológica. Elon Musk, Peter Thiel y David Sacks, miembros de la llamada “mafia de PayPal” vienen expresando posturas críticas sobre la situación en Sudáfrica y el rumbo que tomó el país desde el fin del apartheid.
El término “mafia de PayPal” alude a un grupo de exejecutivos y fundadores de la plataforma de pagos en línea PayPal a principios de la década de 2000, como Elon Musk, Peter Thiel, David Sacks, Reid Hoffman y Max Levchin.
Tras la venta de la compañía a eBay en 2002, estos magnates reinvirtieron sus fortunas hasta acumular un enorme poder en la industria tecnológica de Silicon Valley y, más recientemente, en los círculos políticos republicanos. Varios de sus integrantes tienen conexiones con Sudáfrica y la región: Musk y Sacks nacieron en este país, mientras Thiel pasó parte de su infancia en Namibia.
El consultor Ryan Cummings considera que “el poder de ese lobby fue bastante significativo” a la hora de condicionar el enfoque de Trump hacia Sudáfrica. “Durante años hubo varias delegaciones que defendieron en Washington la causa de la comunidad afrikáner, sugiriendo que Estados Unidos necesita intervenir en Sudáfrica por lo que consideran una persecución”, explica.
En el caso específico de Elon Musk, fue una de las voces más activas a la hora de denunciar la discriminación a los blancos en Sudáfrica. El magnate nacido en Pretoria en 1971 afirmó que las políticas del gobierno sudafricano son “abiertamente racistas” y que los blancos son “excluidos sistemáticamente” de la economía y la vida pública; también calificó como un “genocidio de la población blanca” los asesinatos de agricultores.
“Para Elon Musk, lo que está sucediendo en Sudáfrica es que la comunidad blanca está siendo obstaculizada por las políticas gubernamentales que, según su punto de vista, ofrecen oportunidades preferentes y un trato especial a los sudafricanos negros”, indica Cummings. De este modo, agrega, “muchos sudafricanos blancos, en particular aquellos de la generación de Musk que crecieron en una Sudáfrica en transición a la democracia, sienten que no fueron cómplices del apartheid pero se les está haciendo pagar por lo que ocurrió décadas antes de que nacieran”.
Sin embargo, tanto Cummings como el profesor Bond creen que la principal fuente de frustración de Elon Musk es que las cuotas raciales impuestas por el gobierno sudafricano le impiden desarrollar libremente su negocio allí. “Musk quiere atraer a millones de usuarios de internet sudafricanos a sus satélites Starlink dentro de SpaceX, pero no acepta un socio negro con el 30% de participación como exige la ley de acción afirmativa de este país”, explica Bond.
Por otro lado, aunque su familia no es afrikáner, Musk “se formó en un entorno de hombres blancos cuyo objetivo era criar a la próxima generación de líderes colaboradores del apartheid y las corporaciones”, agrega Cummings. “Hay muchas almas dañadas de esa generación, cuyo miedo y desprecio por la democracia a menudo son explícitos”, sentencia.
Las donaciones millonarias a las campañas republicanas y su apoyo abierto a Trump habrían aportado a Musk y algunos de sus exsocios de PayPal una notable influencia en la actual administración estadounidense, hasta el punto de lograr posicionar en la agenda del presidente algunas de sus visiones sobre raza y globalización. Teniendo en cuenta que defienden ideas libertarias, su adhesión a la causa de los afrikaners excede los límites de Sudáfrica y responde, según expertos, a una visión más más amplia: la promoción de la narrativa de “supremacía del mérito” que rechaza las políticas de equidad racial y diversidad.
Los promotores de esta narrativa consideran el caso de Sudáfrica -donde se imponen cuotas raciales en beneficio de la población negra- una advertencia de lo que podría ocurrir si las políticas progresistas continúan avanzando en Occidente y, en específico, en Estados Unidos.
Por Atahualpa Amerise
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