GUAYAQUIL.- Ecuador se enfrenta este domingo a unas elecciones presidenciales y parlamentarias inmerso en una ola violencia que ha roto récords históricos en enero, cuando se ha llegado a contar un asesinato por hora. Algo nunca visto en un país antes envidiado por su tranquilidad, hasta que la cocaína y los carteles mexicanos, aprovechando la oscuridad de la pandemia, lo transformaron en el último narcoestado en sumarse a tan dramático ranking.
Fue en enero de 2024 cuando, forzado por el azote de la inseguridad, el presidente Daniel Noboa, recién llegado al poder, decidió declarar el estado de “conflicto armado interno” y considerar como organizaciones terroristas a las bandas ecuatorianas, encabezadas por los Lobos y los Choneros. En el primer mes del año pasado murieron de forma violenta 487 personas. Fue algo insoportable, por lo que el despliegue de los militares en las calles, pese a los riesgos que conllevaba, fue recibido con euforia por la ciudadanía.
En el mismo mes de este año se ha pulverizado el récord con 732 muertes violentas, el peor mes del que haya registros, pero las sensaciones son distintas. “Con Noboa hemos mejorado, ya se han acabado los apagones y está luchando contra las mafias. Lo apoyamos muchos, todos los que pensamos que los políticos han dañado a Ecuador. Aquí en el centro estamos más seguros”, afirmó a LA NACION José “El Chino” Quevedo, propietario de un bazar asiático en Guayaquil, que está “vigilado” por dos cartones de Noboa a tamaño real: uno con la banda presidencial y el otro en short de baño y camiseta sin mangas.
Con esas contradicciones de datos explosivos por un lado y sensaciones optimistas por otro, los ecuatorianos deciden hoy si quieren a Noboa cuatro años más en el Palacio de Carondelet o si fuerzan el regreso por la puerta grande del exmandatario Rafael Correa, quien ha vuelto a confiar en la ultracorreísta Luisa González, abandera presidencial de la Revolución Ciudadana. Estos comicios se leen en el país como una especie de plebiscito para apoyar o rechazar la mano dura de Noboa.
Durante semanas, las encuestas alertaron sobre un empate técnico entre ambos, lo que forzaría el balotaje en abril. Pero en el sprint final, los sondeos diarios del cuartel presidencial aseguran que Noboa ha tomado ventaja gracias al viento a favor y se entusiasman con una victoria en primera vuelta, para lo que necesita el 50% de los votos o superar la barrera del 40% y distanciar en más de 10 puntos a su rival. Algo que parecía imposible hace sólo unos días.
Las dudas estadísticas son más que razonables: hay más de 20% de indecisos y el correísmo cuenta con un tradicional voto oculto. Pese a ello, la Revolución Ciudadana también tiene sus dudas; de hecho ha ordenado a sus aliados internacionales que agiten el fantasma del fraude electoral.
Una sorpresa “made in Noboa” como la conseguida en 2023, cuando el candidato outsider, penúltimo en las encuestas y portando un chaleco antibalas días después del magnicidio del periodista y candidato Fernando Villavicencio, se clasificó para el balotaje por detrás de González para luego derrotarla por escasos 3,66 puntos en el balotaje. Ese novato, semidesconocido dentro y fuera, el mandatario más joven de América y de la historia de Ecuador, ha pasado a convertirse en menos de 15 meses en un presidente-candidato que no duda ni un segundo en recurrir a Maquiavelo y esa máxima tantas veces repetida de que el fin justifica los medios.
Al margen de los dos favoritos, ninguno de los 14 candidatos restantes ha sabido convertirse en el outsider del 2025, pese a lo pintoresco del asunto: desde antiguos militares que lucen galas parecidas a las del salvadoreño Nayib Bukele, mandatario de moda en la derecha de las Américas, a otro que ha bautizado Chino (Centro Humanitario de Inclusión y Nuevas Oportunidades) a un plan para que los presos trabajen “como chinos”.
Sólo dos de ellos se han ganado un espacio mínimo. La primera es Andrea González Nader, quien fuera compañera de la boleta electoral de Villavicencio. Fue la única capaz de sobresalir en un debate donde hubo mucho ruido y pocas nueces. El segundo es el líder indígena Leónidas Iza, el mismo que encabezó las tomas de Quito con la bandera del comunismo indoamericano.
“La lucha no acabará hasta que Ecuador tenga el gobierno que se merece”, aseguró Noboa, de 37 años, a quien tanto le gusta salir en TikTok haciendo deporte. Como mandatario velocista, sin tiempo para ser fondista, Noboa impuso su mano dura mientras arrinconaba a su vicepresidenta con dudosos métodos legales por el flirteo de estar con el “trumpismo” internacional, combatió la sequía y los apagones con importantes inyecciones financieras y no dudó en presionar para sacar fuera de juego al candidato alternativo Jan Topic, que podía arrebatarle la antorcha de la lucha contra Correa. Y todo ello en poco más de un año.
La mano dura de Noboa, que se define como un “socialdemócrata moderado” pero que se ha rodeado de antiguos dirigentes socialcristianos, lo acompañó hasta las vísperas de las jornadas de reflexión, al proponer una reforma constitucional para endurecer la prisión preventiva. Y todo ello pese al tirón de orejas de la Corte Constitucional tras negarse a ceder la presidencia de forma temporal durante la campaña, como ordena la Carta Magna.
“La gente tiene la percepción de que hay un presidente que toma decisiones duras, al contrario que los últimos mandatarios. Está haciendo lo que tiene que hacer más allá del costo que genere, como el asalto a la embajada de México y no observar normas constitucionales y competencias de la Asamblea. Que estas decisiones gusten o no gusten, que sean efectivas o no, es otro debate. Ese pragmatismo del presidente es lo que la gente valora y supone la ruptura con la vieja política”, profundizó para LA NACION el politólogo Matías Abad.
Pese a los intentos de “independizarse” de la campaña paralela de Correa a través de las redes, González no ha logrado marcar su propio territorio durante la campaña. La estrategia empleada fue la misma que se vio en el balotaje de 2023: forzar en extremo para hacerla ver como mujer deportista y con carisma, como si fuera la versión femenina del presidente, que cuenta con un público rendido a sus supuestos encantos masculinos. Con sus tatuajes y su crucifijo al cuello, lo más “cool” posible para atraer a los votantes jóvenes, tan numerosos en Ecuador.
“¡Nada, no hay ninguna novedad! Y ese es precisamente el problema: Luisa [González] se beneficia de la nostalgia por el mandato de Correa, pero también se siente herida por su controvertido legado, sin propuestas radicalmente diferentes que le pueden ayudar a crear una imagen diferente”, remachó para LA NACION el politólogo John Polga-Hecimovich.
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