Perdieron todo en la pandemia y se animaron con un proyecto en el que construyen las casas más chicas de la Argentina
Empezaba el 2020 y Javier Monzón y Rocío Britez, una pareja que llevan 15 años juntos, sentían que tocaban el cielo con las manos: su empresa de eventos prometía un fuerte crecimiento. “Planeábamos nuestro mejor año con mucha demanda”, recuerda Javier en diálogo con LA NACION. “Pero el cierre de todo con la cuarentena de forma repentina en marzo fue un golpe muy fuerte porque nos quedamos sin la empresa que habíamos creado ocho años antes, sin trabajo y sin dinero”, completa Rocío.
En 2014, durante sus viajes de verano a Chapadmalal, Javier y Rocío comenzaron a explorar la zona en busca de un refugio para descansar. En esa búsqueda, encontraron un lote de 500 m² por $50.000, donde construyeron su primera tiny house para pasar sus vacaciones. Ese fue el germen de lo que es hoy el emprendimiento del que viven.
Para financiar el desarrollo, vendieron dos de los tres terrenos que tenían en la ciudad y, en 2017, compraron un lote de 1000 m² a US$10.000 donde levantaron Refugio Santa Isabel. “Pudimos comprarlo porque el dueño nos permitió pagar en cuotas”, recuerda Javier.
Las obras comenzaron en 2018 y, luego de tres años de trabajo, en 2021 inauguraron el emprendimiento que tiene tres tiny houses que se alquilan para el turismo. Y en ese momento decidieron dar un paso más: mudarse definitivamente a Chapadmalal.
La idea de las tiny houses no surgió de la noche a la mañana. Hace 25 años Javier conoció este sistema constructivo y siempre le pareció fascinante. Durante muchos tiempo siguió de cerca los modelos que se desarrollaban en otros países, especialmente en Estados Unidos. Esta tendencia nació en los años 90 como una respuesta a la necesidad de soluciones habitacionales accesibles para promover un estilo de vida más austero. Sin embargo, fue la experiencia de construir su propia casa de verano lo que terminó de convencerlos. “Primero las probamos nosotros porque hicimos nuestra casa de vacaciones”, cuentan.
Las tiny houses son viviendas de hasta 40 m² diseñadas para ofrecer una vida más simple y sostenible, utilizando el espacio de manera eficiente. Este concepto nació en Estados Unidos en los años 90 como una respuesta a la necesidad de soluciones habitacionales accesibles y que promovieran un estilo de vida más austero. Hoy son tendencia en el mundo y comienzan a ganar terreno en Argentina.
Ubicado a 150 metros del mar y lejos del bullicio del centro de la ciudad, las casas que construyeron tienen superficies de 15 m², 18 m² y 11 m², esta última la más pequeña de todo el país. Ahora planean hacer una aún más chica, 100% sustentable y que no dependa de energía eléctrica de la red. “La estrategia es, en tres o cuatro años, vender el complejo de tiny houses para replicar el modelo en otros lugares”, confiesa el emprendedor que junto a su mujer construyeron todas las tiny houses. Es decir, ellos mismos diseñaron y levantaron cada una de sus casas. “El proceso de construcción fue un aprendizaje constante, en el que combinaron técnicas tradicionales con soluciones innovadoras para optimizar los espacios y hacerlos eficientes.
“Cada casa demandó una inversión aproximada de US$7000 y nos tomó alrededor de dos meses construir cada una”, detalla y da números del negocio: alojarse en el refugio durante la temporada alta (de diciembre a marzo), cuesta $120.000 por noche, con un mínimo de dos noches por reserva.
Otra de las particularidades es que levantaron las casas con materiales reciclados que tenían de cuando se dedicaban a los eventos, así como aberturas y maderas rescatadas de demoliciones. Las dos primeras casas fueron armadas en base a materiales almacenados durante años en un galpón que tenían en Avellaneda, donde guardaron aberturas, pisos, madera y otros.
![La construcción de la primera tiny house](https://cdn.jwplayer.com/v2/media/ZafcJqNu/poster.jpg?width=720)
Además, contaban con un departamento lleno de objetos de decoración acumuladas con el tiempo. A partir de ahí empezaron a componer cada casa como un collage, reutilizando los materiales y dando una nueva vida a aquello que muchos descartarían. Esta práctica no solo les permitió reciclar, sino también darle una segunda oportunidad a los materiales.
Para la pareja, el salto hacia una vida junto al mar no fue sencillo. Desde Avellaneda, donde todo parecía más resuelta, asumieron un cambio que describen como enorme. “En Buenos Aires apretabas un botón y tenías la estufa tiro balanceado encendida en invierno, pero acá hay que cortar leña, cargar la motosierra y encargarse del pasto uno mismo”, relatan. Sin embargo, lejos de verlo como un problema, encontraron en esta rutina una conexión con un estilo de vida más simple y auténtico. “Desde que nos mudamos en 2021, no volví a Buenos Aires y no tengo pensado hacerlo”, agregó.
De cara al futuro, planean replicar el mismo modelo en otros destinos del país, como las sierras, un lago o incluso la Patagonia. “En tres o cuatro años planeamos vender el complejo de tiny houses en Chapadmalal porque queremos expandirnos para hacer cosas más grandes y en mejores lugares”, anticipan.
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