El impacto en la economía del choque entre el mundo digital y el analógico

Los inversores solo comenzaron a tranquilizarse el jueves 20 por la mañana, cuando comenzó a circular por las mesas la encuesta de Giacobbe. Esta, luego refrendada por otras encuestas que publicó Clarín el mismo día, afirmaba que, si bien un elevado porcentaje de la población pensaba que el presidente Javier Milei tenía responsabilidad en el $LIBRA-gate, no había una modificación sustancial de las preferencias de cara a las elecciones legislativas de octubre.

Los días anteriores, desde el polémico tuit de Milei “difundiendo” la criptomoneda $LIBRA del viernes por la tarde, habían sido un hervidero. El riesgo país subió de 675 puntos básicos (6,75% sobre lo que paga un bono del Tesoro de los Estados Unidos) a 719 puntos entre el viernes14 y el jueves 20, a la par que el Banco Central tuvo que acelerar su intervención para que la brecha cambiaria no aumente. Es que el edificio en el cual se sostiene un gobierno con múltiples debilidades, y por lo tanto el mercado financiero, es la popularidad del Presidente. Los inversores estaban preocupados porque no solo la capacidad de imponer su agenda transformadora depende de su popularidad, sino también su capacidad de permanecer en el poder en un país que suele fagocitar presidentes no peronistas. Si Milei hubiese caído, por ejemplo, 10 puntos en las encuestas, la reacción del mercado hubiese sido brutal.

El resultado de las encuestas se condijo con la reacción histórica de los argentinos: mientras la economía esté bien, a los votantes no les preocupa demasiado la corrupción de los funcionarios del gobierno. Las tropelías de los Kirchner, por ejemplo, fueron dadas a conocer a los argentinos por valientes periodistas y políticos desde los albores de su gestión, pero no tuvieron impacto electoral hasta que la inflación se disparó y la economía se estancó. Lo mismo ocurrió durante el gobierno de Carlos Menem.

Desde este punto de vista, las cosas marchan bien como para que el Gobierno tenga una excelente performance electoral en octubre. Lo más probable es que la Argentina llegue a las elecciones con un fuerte crecimiento económico y con una inflación mucho más baja.

A pesar de que subas en el precio de la carne quizás hayan detenido el proceso de descenso de la inflación en febrero, con la desaceleración de la tasa de depreciación mensual del tipo de cambio del 2% al 1%, con subas de tarifas contenidas y con orden fiscal es posible que para mediados de año la inflación ya haya perforado el 2% mensual.

La actividad económica se expandió fuertemente a partir de mayo, mostrando la recuperación en “V” que tanto pregonaba el Presidente: entre abril y diciembre la economía se expandió un 6.8%, y el nivel de actividad de diciembre superó en más del 5% al de diciembre de 2023. Esta recuperación vino además acompañada de fuertes subas de los salarios reales.

Esta bonanza enfrenta algunos desafíos importantes, aunque lo más probable es que ninguno se convierta en un escollo insalvable para el Gobierno en esta elección.

El primer desafío es que el fenomenal aumento del crédito que impulsó la economía en la segunda mitad de 2024 parece haber encontrado un límite. Los préstamos en pesos se expandieron en febrero un 1,8% mensual ajustado por inflación, comparado con 8,5% por mes entre mayo y diciembre. Los créditos en dólares, que se expandieron a velocidad récord en diciembre y enero, en US$1590 millones y US$1902 millones, respectivamente, se desaceleraron a cerca de US$800 millones en febrero. Con menor crecimiento del crédito, quizás la recuperación del consumo de bienes durables se resienta.

El segundo desafío es que si bien la economía y el salario real crecen vigorosamente, los datos de empleo son menos auspiciosos. Con márgenes que se achican en parte por la apreciación cambiaria y en parte por la mayor competencia externa, muchas empresas están ajustando sus plantillas de personal. Aunque quizás no tenga impacto electoral este año, el empleo se irá convirtiendo en el gran tema de discusión nacional una vez que la inflación desaparezca del radar de las preocupaciones, como ya argumenté en una columna anterior.

El tercer desafío es la negociación con el FMI, que parece estar estancada. El problema básico es que el país no tiene reservas y que el tipo de cambio está atrasado. En términos netos, las reservas internacionales siguen cerca de -US$7000 millones y, a pesar de que el BCRA compró US$3436 millones en lo que va de 2025, las reservas brutas van a haber caído en más de 2000 millones en el mismo período, debido a su uso para el pago de deuda externa y, en forma creciente, para intervenir para contener la brecha cambiaria. El Gobierno, razonablemente, debe querer evitar un salto cambiario antes de las elecciones. El FMI, también razonablemente, no debe querer prestarle muchos dólares al Gobierno para que éste los use para defender un tipo de cambio sobrevaluado. Esta cuadratura del círculo quizás se resuelva con un programa más corto que el estimado, o al menos con menos financiamiento inicial (y menos requisitos) que el esperado por muchos. O, quizás apoyado en la postergación del ciclo electoral en cerca de tres meses luego de la suspensión de las PASO, el Gobierno tenga finalmente que aceptar un pequeño salto cambiario inicial.

Más allá del impacto del $LIBRA-gate en esta elección, lo cierto es que lo natural es que hasta los programas económicos más exitosos enfrenten momentos de ajustes y zozobras, ya sea por factores externos (como pueden ser las políticas de Trump en este caso, o como fue el efecto Tequila en 1994), por factores propios de los programas (como el desempleo y el atraso cambiario que puedan generar este programa), o por errores no forzados cometidos por el propio gobierno, y aquí es donde el $LIBRA-gate genera algunas dudas sobre su impacto en la economía en el mediano plazo.

Podemos pensar al $LIBRA-gate como un brutal choque entre el mundo digital de las redes sociales en el cual surgió y se mueve Milei y el mundo analógico de diarios y TV en el cual todavía se mueve parte de la sociedad. Milei, al igual que Donald Trump y Jair Bolsonaro, surgieron de las redes sociales como X, YouTube, TikTok e Instagram, y por ello su ascenso fue tan difícil de ver para el mundo analógico. Ese mundo digital tiene reglas especiales, que conviene entender porque nos pueden iluminar sobre algunas debilidades del actual proceso político y, por lo tanto, de su sostenibilidad económica.

Max Fischer, en su fascinante libro “The chaos machine. The inside story of how social media rewired our minds and the world” explica el impacto que las redes están teniendo en la vida de la gente y, particularmente, en la política. Para maximizar el tiempo que estamos pegados a las redes, éstas explotan características básicas de la psicología humana. Una de ellas es el sentido de identidad (“nosotros” contra “ellos”) y, en forma relacionada, los sentimientos de odio e indignación que llevamos desde que vivíamos en bandas de 150 personas en África hace miles de años. Estos instintos permanecen muy arraigados en nuestra psicología.

Trump, Bolsonaro y Milei, entre otros lideres populistas, explotaron el sentimiento de indignación de la gente con la vida que estaban experimentando. Por su personalidad, parecen estar hechos para vivir permanentemente peleando. Y las redes sociales, como sugirió un reporte interno de Facebook filtrado al Wall Street Journal en 2018, explotan la atracción del cerebro humano a las divisiones.

Pero esta particularidad, que elevó a estos lideres disruptivos a la presidencia, también conlleva riesgos para ellos. La necesidad de estar peleando permanentemente los puede llevar a cometer demasiados errores no forzados. De otra manera sería difícil entender la seguidilla de crisis que tuvimos en las últimas semanas, incluyendo entre otras el discurso del Presidente en Davos, el $LIBRA-gate, el decreto nombrando a Ariel Lijo en la Corte, y el ruido innecesario alrededor de la licitación de la Hidrovía.

La posibilidad de cometer errores aumenta por otro sesgo del mundo digital en el cual parecen estar sumergidos muchos líderes, llamado por Fisher el efecto de la verdad ilusoria. Cuando vemos algo en forma repetida, tendemos a pensar que es cierto. Las teorías conspirativas, que son escaladas por los algoritmos de las redes sociales porque explotan nuestro sentimiento de indignación, se vuelven entonces verdaderas para muchos. Donald Trump, como bien explicó Peter Baker en el New York Times, demostró en su primer mes una peligrosa tendencia a basar sus decisiones políticas en distorsiones, teorías conspirativas y mentiras. El caso del $LIBRA-gate, suponiendo que no haya corrupción de por medio, y el discurso de Davos, solo pueden ser explicados por esta desconexión con la realidad que producen las redes sociales.

La duda es si la estrategia de pelear todo el tiempo, contra problemas reales o inventados, es sustentable, o la gente se cansará de ella. A modo de ejemplo, tanto Trump como Bolsonaro no fueron reelectos, aunque en ambos casos la economía estaba en buen estado. En los días posteriores al $LIBRA-gate, un estudio de Synopsis mostró cómo las menciones negativas a Milei explotaron en las redes. Aunque el mundo analógico de las encuestas no se resintió, Milei sí sufrió un deterioro de prestigio en su propia cancha. Así como el surgimiento en el mundo digital puede ser muy rápido, también pueden ser rápidas las caídas, ya que la indignación es un arma de doble filo.

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