A la final, pisando hielo delgado
Los funámbulos del ballotage entran en la última semana pisando hielo delgado. Buscan prevenirse del principal adversario en esta pelea, que es el error. Es la razón por la que han evitado escenarios tóxicos, como los grandes actos de masas y encapsulan la campaña en la captura del voto volátil, pendular, que anida en los grandes distritos.
Para evitar el duende del error, que anima todos los actos de la política, pero que envenena en tiempos de campaña, oficialismo y oposición disolvieron en la semana que pasó tres escenarios que podrían haber sido oportunidades de confrontación más estridentes, pero más riesgosos, que el debate de este domingo.
El primero fue la sesión de la Comisión de juicio político que debía firmar el dictamen para iniciar juicio político a la Suprema Corte. No era el mejor momento para exponerse ante la oposición en las horas cuando la justicia destapó la trama del espionaje interno.
Esa trama de espías que sacan turno para sentarse sobre el timbre obligaría a miembros de la Comisión de la bancada oficialista con afición a las alcahueterías a dar explicaciones ante propios y extraños.
Los espías hacen cola para salir del closet
Pertenece a esa astracanada el malón de funcionarios que se querellan contra el espionaje que hace sobre ellos su propio gobierno. O instituciones muy criollas como el espía disfrazado de periodista, que tiene su versión 2.0 en el periodista militante.
Es la cara de otra modalidad, la de los agentes secretos que no son nada secretos. Si somos secretos, deben imaginar, ¿quién los respetará? Viven saliendo del closet.
Massa, que controla el Congreso, se declaró ignorante de ese proceso que apoyan sus diputados. Espera, como todos, el resultado electoral. Si gana, seguramente traficará el cierre de ese procesamiento en aras de una era de paz y prosperidad con el tribunal, que ha demostrado que puede hacer política con más acierto que los otros poderes.
Si gana Milei, el peronismo tendrá abierto el juicio a la Corte como herramienta de poder. Lo mismo que ha hecho el cristinismo de este gobierno, que tiene en la agenda judicial su principal interés. Massa mandó a levantar la Comisión con una vehemencia poco usual. Lo prueba la prontitud con que se cortó la señal que transmitía esa cita por el Canal de TV de la Cámara de Diputados.
Sordina para el debate sobre Israel
Otro escenario que se suspendió fue la sesión especial que habían convocado diputados del PRO y de La Libertad Avanza para reclamar por la libertad de cautivos de Hamas en Gaza y para reclamar explicaciones al gobierno por los posicionamientos de sus funcionarios sobre la guerra en Israel.
No era el mejor escenario para Massa tener que escuchar los ataques verbales, aunque fuera una sesión en minoría. Para la oposición también era un compromiso porque había temperamentos encontrados entre los socios del interbloque opositor.
De nuevo encendió la luz en su despacho Mario Negri, y con el resto de los jefes de bloque decidieron mocionar ante Cecilia Moreau por la conveniencia de reemplazar esa sesión por un comunicado conjunto.
Nadie lo dirá, pero todos creyeron interpretar el interés del gobierno de Israel, transmitido a través de la embajada, para que el tema Israel-Gaza no cayera en la pelea electoral. Triunfó la idea de no partidizar el debate, que hiere especialmente a la Argentina porque un porcentaje importante de los cautivos son judeo-argentinos, víctimas hoy de la violencia de Hamas.
Hasta los acuerdos se quedan sin espacio
El tercer escenario que se desarmó fue la sesión que estaba planeada para el miércoles en la que se debía tratar un proyecto de aumento del financiamiento para la educación.
Es un proyecto manso, que gusta a todos, aunque haya levantado reparos en sectores de la oposición que rechazan la injerencia del Estado nacional en la educación, que es una actividad delegada a las provincias.
El oficialismo admitió levantarla como canje para que no se hiciera la sesión especial por Israel. Iba a mostrar al gobierno sacando una ley propia, prometiendo mejoras a la educación justo dos semanas antes de las elecciones.
El proyecto compromete un aumento del 6% al 8% del gasto en educación y podía convertirse en otra bandera de campaña del oficialismo. La oposición firmó disidencias, en las que advirtió que la ley que promovió el peronismo en 2005 hablaba ya del 6%, pero ninguno de sus gobiernos la cumplió, salvo en 2015 (disidencia de Maxi Ferraro).
El engaño a los ojos
La clientela de estas escaramuzas es el electorado que mira TV, escucha las radios, sigue las redes, atiende a los animadores del prime time y se entretiene con trivialidades como el debate de este domingo a la espera de alguna minucia de escenario le haga revisar el voto.
Puede ser el fiel de la balanza en una elección muy 2015, que discute estilos e identidades y no programas – los dos candidatos comparten un programa conservador de centroderecha – y que ocurre en un país de voto estable donde las grandes familias repiten el voto de elección en elección a lo largo del tiempo.
Lo demás es literatura. “La literatura está en el adjetivo”, decía Azorín. Pero la política es el sustantivo. ¿Hace falta ese sketch del debate para saber quién es y qué dice cada candidato?
Ese electorado de grandes distritos consume información pero que ha sido víctima de los espejismos que alentó el microclima porteño. Creyó hace un año que Juntos por el Cambio ganaba fácilmente las elecciones; después que Javier Milei ganaría en primera vuelta y que Sergio Massa estaba condenando a la derrota.
El engaño a los ojos es el recurso tópico de los artistas para crear ilusiones pasajeras. También el de los políticos en campaña. Dura poco – lo llaman con fineza de Malba trompe l’oeil – porque el juego es que se note la patraña. Es algo decorativo, como las mentiras dichas con sinceridad: así define Dolina al acoso del seductor de barrio – todo candidato lo es. Busca esconder la fragilidad de sus argumentos bajo el ropaje de la persuasión.
Realismo: el público rechazó la polarización extrema
Este ballotage ofrece opciones mezquinas que expresan una polarización que el público rechazó en la primera vuelta. El 22 de octubre tres de los cinco candidatos que se identificaron con la centralidad democrática sumaron el 67,32% de los votos: Massa-Rossi 36,78%, Bullrich-Petri 23,81% y Schiaretti-Randazzo 6,76%.
La polarización extrema (el verdadero cambio que pedía Macri) tuvo el respaldo del 32,68% del electorado, con las fórmulas de La Libertad Avanza y el Frente de Izquierda y de Trabajadores: Milei-Villarroel 29,99% y Bregman-Del Caño 2,69%.
Uno, prometiendo gobernar por plebiscito y DNU si el Congreso no lo apoya; y la candidata del FIT, que cada vez que abre la boca pide asamblea general constituyente, abolición de la propiedad privada, estatización de los medios de producción y toda la tira.
Esta lectura de los resultados de la primera vuelta consagra la crisis de la moderación política, aun entre quienes le niegan carácter democrático al peronismo y pueden creen, como Bullrich, que la patria está en peligro (sic).
El peronismo gobierna como la mona, pero asegura, como Juntos por el Cambio, la alternancia democrática de gobiernos en paz y sin incidentes. Ocurrió en 2015 y 2019, cuando se derrumbaban los sistemas en toda la región.
Los moderados han quedado cautivos de un juego que no buscaron. Tienen que elegir entre un Massa que tiene marcas récord de desprestigio, y Milei, un raro apoyado por otro campeón del desprestigio, Macri, que por eso se quedó sin candidatura.
Massa y Milei malversaron el mandato
No es fácil para el público moderado del 42% volcar su voto hacia Massa. Sus funcionarios han fracasado y ahora prometen hacerla bien. Lo mismo asegura el ala macrista del PRO que alza a Milei. También son expertos en fracasos – salieron segundos en las PASO y quedaron afuera del ballotage. Venían de ganar en 2021.
Ahora dicen haber aprendido y que la van a hacer bien, con un candidato que es la segunda marca de Cambiemos. Para descontar la paridad los dos candidatos han descremado el mandato y lo limitan a la agenda más mezquina que les permite la legitimidad.
Es más: se han inventado un mandato que no figuraba en las urnas que los llevaron al ballotage. Eran representantes, pero han resuelto abandonar la representación. En la Argentina, contra lo que se afirma tanto, no hay crisis de representación. Los representantes entran en crisis por la voluntad de poder y traicionan la fidelidad del electorado hacia las familias políticas que confían en ellos.
Massa hace campaña para que pierda Milei, a costa de cualquier bandera. Milei hace campaña a costa de cualquier consigna. Hasta la de abrazarse a Macri. Lo hizo por necesidad.
Después de los entendimientos con el massismo en la confección de las listas – especialmente en la provincia de Buenos Aires – un ballotage sin apoyo de otras fuerzas hubiera sido un Massa vs. Massa, controlado por Sergio. Con el pacto de Acassuso ha logrado que se transfigure en un Massa vs. Macri. No está mal.
Macri ya ganó
Con esta fórmula Macri ya ganó. Si Massa es presidente, será jefe de la oposición, a la que dividió antes de estas elecciones. Este fin de semana viajó a Chile invitado por Sebastián Piñera, quien recibirá de primera mano una explicación sobre el Pacto de Acassuso, base del proyecto de liderar desde diciembre un polo de centro derecha conservadora que abandone la relación con el radicalismo y la Coalición Cívica.
El objetivo es armar su candidatura a presidente para 2027. Si gana Milei, será el monje negro de la nueva administración. ¿Por qué negro? Porque todos los monjes de la política son negros. Por eso les llaman monjes.
La deslegitimación del otro
Desmontar los grandes escenarios que asustan al público moderado va de la mano de tareas de plomería para controlar el voto. En la Argentina se abrirán el 19 de noviembre 108.111 mesas en algo más de 12 mil escuelas. Es una confrontación 1 a 1, una circunstancia que pone en riesgo la piedra angular de la eficacia del sistema electoral, que es la existencia de controles cruzados en cada mesa.
En una elección de rutina, el voto de cada fuerza lo controlan los propios y los fiscales de los competidores. Pero cuando hay dos jugadores y uno de ellos se queda sin fiscal, se despierta el demonio del fraude. Más cuando las dos fuerzas han aprendido del trumpismo y el bolsonarismo que la herramienta más eficaz contra el adversario es la deslegitimación.
Ese manual de la deslegitimación prevé la denuncia de fraude y negar los resultados. A Trump le funcionó. Un 70% de los votantes republicanos de su país creen que ganó las elecciones de 2020 y que Biden es un presidente fraudulento. Lo mismo hizo en Brasil Jair Bolsonaro, cuyos asesores asisten al candidato Milei.
Los mensajes anónimos que reclaman fraude en las elecciones del 22 de octubre se los atribuyen a operadores de LLA.
Cristina de Kirchner al abrirse del turno electoral diciéndose proscripta por una condena judicial, disparó otro ángulo de la deslegitimación.
Cualquier presidente que gane el 19 de noviembre recibirá el mensaje de descalificación porque a ella no la dejaron competir. El contexto de esta maniobra es el vaticino de la vicepresidente, que tiene ya dos años, de que el gobierno al que pertenece perderá las elecciones por haber firmado un acuerdo con el FMI.
Cambiaron la ideología por el negocio
El hielo delgado puede hundir a cualquiera porque el ballotage ha modificado la agenda de los candidatos. Massa y Milei han pasado de representar a su electorado de PASO y primera vuelta, a adoptar una agenda de emergencia. Milei para acercarse a Macri, su padrino. Massa para alejarse de Cristina, su madrina.
Deshuesaron sus programas para quedarse sólo con el rechazo del otro. Quienes veían en ellos un compromiso de ideas se quedaron de meros testigos.
En política los actos se justifican por la ideología o por el negocio. Los candidatos de este ballotage han elegido disputar por el negocio y dejar la ideología para otro momento. El objetivo es ganar el gobierno. Después veremos con qué objetivo.
Es la condena de los políticos débiles. Ponderan su gobernabilidad antes que las ideas, los proyectos y en especial los mandatos electorales, que son la clave del sistema democrático. Los arrastra un maquiavelismo de almacenero, con respeto a tan noble y ancestral oficio, que es también una ciencia: ¿para qué me sirven las ideas si pierdo el gobierno?
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