La médica que está revolucionando el negocio del vino, de la Cordillera a las cavas submarinas
La médica que está revolucionando el negocio del vino, de la Cordillera a las cavas submarinas
Hace unas semanas, cientos de personas se agolparon en el atardecer mendocino para una muestra de alfombras de culturas milenarias. En una bodega de 1890, con olivos y cava de espumantes, se desplegó una exposición que es un tributo a Borges en su forma laberíntica.
La llamaron el hilo de Ariadna en homenaje al personaje mitológico y como una devolución a Mendoza. Pero si se tira de ese hilo aparece Patricia Ortiz, la médica que está revolucionando el negocio del vino, de la cordillera hacia al mar.
Hija de un ingeniero suizo que conoció a una estudiante sueca, su madre, en el barco que lo trajo a Buenos Aires, Patricia emprendió medicina. Atendía a pacientes con insuficiencia renal aguda y se especializó en nefrología durante 15 años en el hospital Francés.
Luego partió a EE.UU. acompañando a su marido, el abogado Jorge Ortiz. Se desempeñó en hospitales públicos de Nueva York y en el Jackson Memorial de Miami. Regresó a la Argentina y con cinco hijos se zambulló en la carrera de psicología social en la escuela de Pichon Riviere.
¿Por qué decidió exportar?
Un día hubo punto final a su profesión. Era 2002 y con 45 años dio ese giro copernicano para ponerse al frente de las bodegas familiares. Quería elaborar vino de calidad y muy elegante. Solo de exportación. Fue al IAE a especializarse en manejo de empresas. Como apasionada por la ciencia impulsó la innovación permanente.
De la sociología aprendió el manejo de equipos. “Con mi marido éramos amantes del vino y nos gustaba viajar visitando bodegas, arrancamos con una finca en Mendoza en el 2001 y en aquella crisis surgió la oportunidad de comprar Tapiz al grupo Kendall Jackson que e iba del país”. Hoy cuentan con tres bodegas: Zolo, en Agrelo Mendoza que elabora esa marca líder en EE.UU.; Tapiz en el Valle de Uco (Mendoza) y Bodega del Mar en San Javier, Río Negro que elabora la marca Wapisa.
Patricia dice que para vender en el mercado interno hace falta espalda para financiar a compradores y tareas de marketing. “No las tenemos, lo nuestro es el mundo. Afuera jugamos todos en la misma cancha. Es cierto que el dólar oficial está atrasado, que el país no tiene plata para la promoción, que hay trabas para algunos insumos importados y tampoco se pueden girar fondos para pagar a los distribuidores. Mis clientes del exterior me preguntan qué pasa con la Argentina. Y les respondo que los problemas argentinos son mis problemas y no quiero preocuparlos. Prefiero hablar de vinos”.
Le da resultado. A ella le va bien pero la Argentina perdió participación en el mercado mundial. En su caso los mayores mercados están en EE.UU., Canadá, Brasil, Corea, Suecia, Noruega y el Reino Unido. También vende a cruceros y aerolíneas.
"Vivo surfeando"
La fórmula consiste en revisar costos y una relación personal con los compradores. “Vivo surfeando, tratando de mantenerme en las góndolas. Si salís hay otro que entró. Pero como viajo y me conocen es más difícil que la vinoteca me saque una etiqueta. La milla extra la hace el dueño”.
Por cierto, el sillón del confort no es lo suyo. Se planteó un vino de calidad superlativa y convocó a Jean Claude Berrouet, quien había sido durante 44 años el enólogo de Chateau Petrus, con la fama de ser el mejor vino del mundo.
“Pidió que le mandáramos los vinos, los probó y llegó a Luján de Cuyo. Hicimos calicatas para que observara el terroir y notó que le faltaba algo: era el efecto de la altura” El vino se llama las notas de Jean Claude y se exporta. Su último desafío es la Patagonia en el espíritu de que así como existe la influencia de la Cordillera también está la marítima.
En el sur de Viedma, camino a San Antonio Oeste con suelo árido y agua del Rio Negro cultivan en 120 hectáreas. Allí inventó lo que llama la atención en todas partes: las cavas submarinas.
Añejan vinos a unos 10 a 15 metros bajo el mar. Colocan las botellas más gruesas de vidrio en jaulas de acero inoxidable con una marea de gran movimiento y una luz y temperatura especial. Los buzos llevan a los turistas a ver esas cavas y desde otras bodegas de Oceanía los llaman para replicar el modelo. Pero Patricia sigue sin quedarse quieta: “sueño con un vino sin alcohol, lo vamos a lograr”.
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