Entre los más de 67 millones que sintonizaron el primer debate presidencial estadounidense entre Donald Trump y Kamala Harris se encontraba Lila Rose.
La joven y carismática fundadora del grupo contra el aborto Live Action esperaba grandes cosas del candidato republicano: una demostración audaz de sus creencias antiabortistas y la promesa de convertirlas en ley.
Rápidamente se decepcionó. Si bien Trump criticó lo que considera como políticas abortistas “extremas” de los demócratas, se negó a tomar una posición sobre una posible prohibición nacional del aborto, diciendo en cambio que el tema debería dejarse en manos de los estados.
Y también se autocalificó como “líder” en materia de fertilización in vitro, lo que lo alejó de Rose y de otros que se oponen al procedimiento, porque a menudo implica la destrucción de embriones.
“Fue doloroso verlo”, admitió la activista sobre la actuación de Trump.
Sospechas confirmadas
Rose, de 36 años, siempre había tenido reservas sobre la postura de Trump frente al aborto, después de años de cambios de opinión y de que esté dispuesto a aceptar lo que ella llama como “compromisos preocupantes”.
Sin embargo, Rose, como la mayoría de los miembros de su movimiento, se sintieron alentados por lo ocurrido en el primer mandato del republicano, cuando los tres magistrados a la Corte Suprema designados por Trump ayudaron a anular la sentencia Roe vs. Wade, poniendo así fin a la protección nacional del derecho al aborto.
Luego Trump cambió de rumbo y la desilusión de Rose con el expresidente aumentó. Ahora, en su tercera candidatura a la Casa Blanca, Trump parece estar trabajando para contentar a todos los sectores, sabedor de que la defensa del derecho al aborto es un tema que da votos a los demócratas y se los quita a los republicanos.
Trump insinuó que firmaría una ley federal sobre el aborto, para luego dar marcha atrás. Calificó las restricciones estatales que entraron en vigor después de la derogación de Roe vs. Wade como “algo hermoso”.
No obstante, más tarde dijo que las prohibiciones del aborto en las primeras etapas del embarazo iban demasiado lejos, sugiriendo que los candidatos republicanos debían ser lo suficientemente moderados en el tema para “ganar elecciones”.
Durante la Convención Nacional Republicana, el expresidente publicó una declaración en línea en la que decía que su futuro gobierno sería “excelente para las mujeres y sus derechos reproductivos”, un lenguaje que suelen utilizar los activistas a favor del aborto.
A fines de agosto, Rose ya estaba harta y aseguró a sus seguidores -más de un millón- que Trump estaba “haciendo imposible” votar por él.
“Está muy claro que Trump es menos proabortista que Kamala Harris”, afirmó a la BBC.
“Pero el objetivo de nuestro movimiento no es simplemente aceptar al candidato menos malo y apoyarlo. Nuestro objetivo es ayudar a los candidatos que van a luchar por los no nacidos”, dijo.
Blanco o negro
La deserción de Rose, una de las líderes más prominentes del movimiento antiabortista, señala un problema potencial con la nueva estrategia de Trump.
Mientras el magnate intenta moderarse en el tema del aborto, corre el riesgo de alienar a algunos dentro de su base socialmente conservadora.
Y en una elección que puede decidirse por un margen muy estrecho, si esos votantes se quedan en casa el 5 de noviembre, Trump podría perder la Casa Blanca.
“Cuando una estrategia como esa funciona, puedes ser cualquier cosa para todos”, dijo Mary Ziegler, historiadora y experta en el debate sobre el aborto en Estados Unidos.
“Y cuando deja de funcionar, terminas siendo nada para todos”, agregó.
La campaña del expresidente no respondió a una solicitud inmediata de comentarios.
En 2016, y nuevamente en 2020, Trump mantuvo una estrecha relación con los conservadores sociales. Abrazó a los activistas antiabortistas y defendió su movimiento, convirtiéndose en el primer presidente en funciones en asistir a la Marcha por la Vida, la manifestación anual antiabortista más grande del país.
Cumplió con los conservadores sociales de una manera que pocos presidentes republicanos lo habían hecho, aseguró Ziegler.
“Creo que Trump siempre entendió en sus dos primeras campañas que sin ese movimiento estaría políticamente muerto”, dijo.
“Así que hubo mucho más compromiso con ellos”, agregó.
A cambio estos votantes apoyaron abrumadoramente a Trump. En 2020, el expresidente contó con el 84% de los votos de los cristianos evangélicos blancos (algunos de los votantes socialmente más conservadores del país), frente al ya elevado 77% de 2016.
Pero Trump estaba asustado por el pobre desempeño de su partido en las elecciones de mitad de mandato de 2022 (que él y muchos analistas atribuyeron a la anulación de Roe vs. Wade) y cayó en cuenta del amplio apoyo público al acceso al aborto. Por eso, esta vez, Trump parece haber suavizado su postura frente el tema.
Una apuesta arriesgada
Cuando comenzaron las elecciones primarias republicanas a principios de año, había comenzado a criticar las prohibiciones del aborto a las seis semanas, prometiendo encontrar un estándar nacional que agradara a todos.
“Voy a gustar a ambos lados (del espector ideológico)”, dijo el año pasado.
Y durante el verano, ante más preguntas sobre qué haría en materia de aborto, Trump no pudo ponerse de acuerdo sobre una respuesta.
Indicó que quería un “estándar” nacional para el aborto, pero desde entonces se ha alejado de cualquier compromiso.
Trump dijo que creía en la autoridad de los estados sobre la política de aborto, pero intervino en varias batallas estatales sobre el aborto, a menudo en oposición a los conservadores sociales.
Se manifestó en contra de la prohibición del aborto a las seis semanas de Florida, diciendo que “se necesitan más de seis semanas” y pareció indicar que votaría a favor de un referéndum en noviembre en el que se votará si se protege el aborto en el estado.
Un día después, y luego de una intensa presión de los activistas contrarios al aborto, dijo que votaría en contra.
Estas contorsiones han tensado las relaciones con aliados antiabortistas clave.
“Es desconcertante para nuestros estudiantes y para nuestro movimiento”, se lamentó Kristan Hawkins, directora de Students for Life, una de las organizaciones contrarias a la interrupción del embarazo más grandes del país.
“Y lo que he transmitido a la campaña personalmente es que esta estrategia no es una estrategia ganadora”, remató.
Cada vez más voces dentro del movimiento conservador social han comenzado a decir lo mismo: que al jugar a la ambigüedad en materia de aborto, Trump puede perder a los votantes que necesita ganar sin atraer a ninguno nuevo.
“La frustración de los pro-vida es que Trump está diciendo cosas que cree que podrían llegar a los votantes más moderados, lo que francamente no va a funcionar”, dijo Matt Staver, fundador y presidente del grupo antiabortista Liberty Counsel, con sede en Florida.
“Y al hacer eso está causando consternación entre otros votantes que están con él. No tiene sentido que haga esto”, agregó.
No hay indicios de que Trump se enfrente a un éxodo a gran escala de conservadores sociales, y tanto Staver como Hawkins dicen que seguirán votando por Trump.
Pero en una elección que podría depender de una pequeña porción de votantes, en sólo un puñado de estados, algunos expertos advierten que la vacilación de Trump sobre el aborto podría costarle la elección.
John Feehery, estratega republicano, estimó que alrededor del 80% de los cristianos evangélicos blancos -que representan alrededor del 14% del electorado estadounidense- deben votar para que Trump gane.
“No creo que exista peligro de que los evangélicos blancos voten por Harris, pero creo que existe un peligro real de que no voten”, apuntó Feehery, quien indicó que “10.000 votos” podrían ser suficientes para inclinar la balanza.
Ese riesgo podría explicar la reticencia de la mayoría de los líderes antiabortistas a hablar públicamente sobre abandonar al candidato republicano.
De hecho, algunos en el movimiento han expresado su frustración con la posición de Rose, diciendo que si bien Trump no es el candidato ideal, sigue siendo mejor para su causa que cualquier oponente demócrata.
Hawkins, de Students for Life, ha comenzado a centrar su mensaje cada vez más en Harris, advirtiendo a sus seguidores que el daño que su gobierno podría causar eclipsaría cualquier paso en falso de Trump.
“Sé que podremos trabajar con sugobierno”, dijo.
“Cuando crees, como lo hacen los activistas pro-vida, que están muriendo bebés que tienen derecho a nacer, no creo que puedas adoptar moralmente una posición de no votar”, agregó.
Pero Rose ha restado importancia a cualquier crítica de que su posición pueda ayudar inadvertidamente a Harris y a su agenda decididamente pro-elección. Para ella, Trump no es lo suficientemente bueno cuando se trata del aborto.
“Sé que es doloroso para muchos de ustedes escuchar esto, gente que quiere salir y votar alegremente por Trump porque Kamala Harris es un desastre… Pero tenemos que decir la verdad”, dijo a sus seguidores la mañana después del debate.
“El aborto es el asesinato inocente de un niño”, dijo.
“Necesitamos oponernos a eso en voz alta”, zanjó.
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