De Asunción al Obelisco, la caravana de Racing campeón: la intimidad de los festejos del rey de la Copa Sudamericana y el sabor de la felicidad
La 9 de Julio es una alfombra con los colores patrios, pero nada tiene que ver con la Selección. Y el Obelisco, testigo de tantas hazañas deportivas, esta tarde de domingo se pareció al mástil del Cilindro. A su alrededor, en pleno corazón del centro porteño, la gente expresa todo su agradecimiento. Son aquellos que no pudieron viajar a Asunción, fanáticos que se acercaron desde distintos puntos de la ciudad o el conurbano con la estela de gesta. Una mayoría que ahora mismo, en el desenlace del domingo, confluye en un grito de corazón, “Racing campeón, Racing campeón”.
En el este y el oeste, en el norte y en el sur, en cualquiera de las direcciones donde se dirigen los ojos, hay un hincha cargado de emoción. Brilla la blanca y celeste en el pecho de ancianos que peinan canas, contemporáneos del Equipo de José que conquistó América y el mundo. También, en los señores que rozan cinco décadas, hombres que sufrieron el descenso, la quiebra y el derrape institucional de club que tardó siete lustros para poder celebrar una vuelta olímpica en el ámbito local. Quizá sean sus hijos, tal vez sus sobrinos o hermanos menores, todos esos jóvenes que andan entre los treinta y los veinte, saltando y revoleando sus camisetas entre tantos otros pibes que vivieron una auténtica década ganada.
No es marketing político, claro. Es tangible y palpable desde el palmarés. De 2014 para acá, se logró media docena de títulos. Sin embargo, el último tramo de noviembre le devolvió la gloria internacional. Por eso todas esas generaciones, cruzadas por un técnico que vivió cada uno de esos momentos, despegan de sus casas y arman una caravana inolvidable. No importa el calor. Estar cerca de los jugadores que alzaron ese trofeo que la Academia persiguió durante 36 años amerita el despliegue.
Y como todo lo que sucede en esta vereda de Avellaneda, el plantel se hace desear. Porque el chárter de Aerolíneas Argentina aterriza más tarde de lo previsto y el descapotable ploteado con los colores y las consignas del campeón demora en arrancar. Hasta que el micro pone primera y desde Ezeiza se encamina hacia Mozart y Corbatta. Los héroes están arriba. Sus creyentes, a bordo de autos y motos, sobre los puentes o al costado de la autopista Riccheri. Un cruce de miradas, un saludo con la mano, un brazo que va y viene, cualquier gesto recíproco se grita como otro gol.
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El plantel de Racing festeja en el Obelisco la Sudamericana
Cuatrocientos efectivos de la Policía escoltan el ómnibus. Y un cordón de empleados de seguridad con camperas flúo rodea el vehículo para evitar desbordes. En el techo viaja Maravilla Martínez, con una galera celeste y blanca y la medalla colgada sobre el torso. El goleador filma con su celular mientras Agustín Almendra cumple el sueño del pibe. Nació en Francisco Solano y si no hubiera elegido corporizarse en futbolista, sería uno de los miles de fieles que acompañó al equipo campeón. Le tiran una camiseta y se la pone. Tiene la publicidad de una yerba y tres tiras, recuerdo de la década del noventa.
En la parte trasera, Gabriel Arias y Leo Sigali, con las piernas colgando en el viento y gorros estilo piluso, levantan la Copa Sudamericana, luminosa por más que haya pasado de mano en mano. Son los referentes, protagonistas de las estrellas que llegaron de la mano del Chacho Coudet y Fernando Gago. ¿Habrá sido The Last Dance?
Costas canta junto a sus hijos, Gonzalo y Federico, quienes forman parte de la mesa familiar y también del cuerpo técnico. Un artista callejero lo dibuja sobre el asfalto, pero ya está grabado a fuego en el corazón celeste y blanco. Es el gran responsable del éxito. El niño que fue mascota y salió a la cancha en los brazos de Juan Carlos Rulli; el jugador que lloró cuando se fue a la B en 1983, el mismo que volvió a Primera y se abrazó a la Supercopa de 1988 justo contra Cruzeiro; el técnico que debutó junto al Bocha Maschio cuando había que pedirle permiso a un juez para jugar, el que regresó en la peor etapa del gerenciamiento y el que fue ninguneado hasta que ¡por fin! Víctor Blanco decidió darle una revancha. Hoy, tiene una marca que sólo es comparable con Mourinho: fue campeón en cinco países distintos. Sí, Gustavo es como José de Setúbal en su versión sudamericana. Hasta nacieron el mismo año.
“40. Épica. Historia. Pasión”, se lee en el dorsal de la camiseta de algodón que lucen sus jugadores. El número obedece a los títulos que se lograron desde su fundación en 1903, muy a pesar de los renegados del amateurismo. Y se refleja en la espalda de Roger Martínez, que se quita los lentes de sol cuando toma cuerpo la noche, pero no deja de transmitir por Instagram.
“El que quiere volver, vuelve”, fue una de las frases que se publicó en las redes sociales de Racing por estas horas. Y el colombiano regresó para ser campeón y poner el broche de oro con una definición que dio paso al explosión en las tribunas de la Nueva Olla y del Cilindro. Sí, en dos canchas, como en 2001 cuando quedó chico el Amalfitani de Liniers. También pegó la vuelta Bruno Zuculini, otro hijo del predio Tita, que flameó la bandera en el frente del micro.
Están los otros, los que se metieron en un lugar preponderante de la galería de próceres rancinguistas. Juan Fernando Quintero, al que le cerró la puerta River, pero encontró cobijo en la Academia y potenció Costas. Fue clave en la semifinal de vuelta con Corinthians. Y Gastón Martirena, que apagó las críticas con sus golazos y se ganó el “uruguayo, uruguayo”. Y Maxi Salas, tan parecido a Medina Bello, tan sacrificado ante Cruzeiro.
Abajo, los hinchas lanzan camisetas para que firmen los jugadores. Y se tejen varias historias entre la multitud. La de Fernando Subirats, con su papá Chiquito de 80 años al lado, un hijo en Dinamarca y otro en Australia, conectados en conferencia vía WhatsApp para seguir la marcha del mismo modo que el sábado disfrutaron del partido. Y Leandro Redelico, el médico que tuvo que elegir entre acompañar a sus viejos amigos a Paraguay o quedarse con sus mellizos Santiago y Tomás en Ciudad Jardín y optó por sus lazos familiares. Y Sebastián Pascual, que no quiso ver el partido con su amigo Daniel por “cábala”. Porque así fue durante toda la Sudamericana y “salió bien”.
Y toda esa gente enloquecida en las calles que genera un extraordinario movimiento popular, justo antes de la lluvia que empieza a caer sobre Buenos Aires. Gotas que se mezclan con las lágrimas. De felicidad, claro. Por ese equipo que conmovió por su carácter y por su entrega. Que representó a Racing, como reza la letra de su viejo Himno, con fervor, destreza y valor.
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