El impactante testimonio de un argentino en la ciudad siria tomada por sorpresa por jihadistas
ROMA.- En las calles sigue habiendo cadáveres tirados, soldados sirios acribillados por los islamistas rebeldes, dejados allí a propósito, como hacen en las guerras, para enviar un mensaje. Hay toque de queda desde las 19 a las 7, no hay electricidad ni agua desde hace tres días, salvo en pequeños momentos, y se oye, de repente, el estruendo de los combates.
“Ahora se pueden escuchar los enfrentamientos que hay acá cerca con los kurdos que ingresaron desde el este de la ciudad”, describe ante LA NACION el padre Hugo Alaniz, sacerdote del Instituto del Verbo Encarnado (IVE), uno de los dos argentinos que viven actualmente en Alepo junto al padre Enrique González, de la misma congregación.
Se trata de la excapital económica de Siria, que a fines de 2016 volvió a estar bajo el régimen de Bashar al-Assad después de un enfrentamiento con los grupos rebeldes que duró cuatro años, por el que estuvo sitiada. Los rusos ayudaron a las fuerzas de Al-Assad a imponerse a través de bombardeos masivos que devastaron la mayoría de los barrios de la ciudad, luego castigados, además, por el terremoto de febrero de 2023.
Aunque la voz en el teléfono del padre Alaniz es calma, el cuadro de la situación que pinta de Alepo, que desde el viernes pasado está en manos de un grupo rebelde jihadista apoyado por Turquía, es lo opuesto. Hay bombardeos desde aviones de guerra rusos y sirios -un misil cayó el domingo incluso en un convento de los franciscanos-, y quienes pudieron, se fueron de la ciudad, donde ya se contabilizan más de 200 muertos.
Aunque es todo muy confuso y nadie sabe las cifras exactas, señala este sacerdote nacido en Santa Rosa, San Luis, hace 55 años, que vive en Medio Oriente desde hace casi tres décadas y en Alepo desde 2017, que destaca que la gente, ya extenuada por una guerra civil que el 15 de marzo próximo cumplirá 14 años, “siente que está a la deriva”.
“Recién hoy algunos salieron de sus casas para tratar de conseguir algo de comida o medicinas. La gente tiene miedo, nadie sabe qué va a pasar y la incertidumbre es total. No sabemos qué se nos viene, así como no sabíamos que esto se iba a venir: nadie nunca se imaginó que los islamistas tomarían Alepo”, afirma, sin ocultar su asombro y el cambio dramático que de repente se dio para todos.
“Yo acabo de repartir pan que conseguí en un horno con el que tenemos contacto en otra zona de la ciudad y cuando me vieron con eso los vecinos llegaron en un segundo y en dos minutos había mil personas”, cuenta Alaniz desde la Iglesia de Nuestra Señora de la Anunciación, que tiene a cargo en el barrio de Midan, una zona semi-industrial, pobre, del este de Alepo.
Desde la caída de la ciudad en manos de los rebeldes islamistas, el viernes, en el sótano de la Iglesia se refugiaron al menos 250 personas de todas las edades, no sólo cristianas, sino también musulmanas. “El sótano de la Iglesia es muy grande y normalmente allí realizamos nuestras actividades que no son pastorales, que son cursos de computación, de inglés, de pintura, de música… Aunque ahora está todo paralizado. Además acá, en Midan, tenemos dos cocinas para darle de comer a ‘nuestros viejitos’, ancianos que se quedaron solos porque sus parientes se fueron por la guerra civil que comenzó en 2011″, afirma este sacerdote que, por otro lado, tiene su misión principal en el obispado de Alepo.
Allí, en la parte oeste y justo en la entrada de la ciudad, donde también se levantan varias universidades, al margen de atender a tres congregaciones de monjas, junto al padre González se ocupan, además, de una residencia universitaria para jóvenes provenientes del centro de Siria.
“Cuando el miércoles los islamistas empezaron a tomar la ciudad, trasladamos a todos los jóvenes, chicas, chicos, al sótano de la Iglesia, al tiempo que nos quedamos haciendo guardia en el obispado. Pero ayer la situación cambió un poco porque también en el barrio de Midan comenzaron a haber combates, ataques de grupos kurdos en contra de los grupos islámicos”, detalla el sacerdote. En medio de la conversación, se oye un estruendo que justamente refleja eso, mientras el padre le recuerda en árabe -idioma que habla perfecto- a un colaborador que, pese a la precariedad de la situación, va a celebrar misa a las tres de la tarde.
“Ahora los islamistas ya están en todas partes, tomaron la ciudad, aunque hay aviones rusos y del gobierno sirio que están bombardeando sus posiciones, algo preocupante porque hay errores y también mueren civiles”, reitera el padre Alaniz. “Hoy al momento parece más tranquilo, pero no sabemos qué se nos viene”.
“Hace poco cuando estaba en auto me pararon, les dije que era un clérigo, estaba como siempre vestido de cura, me saludaron muy bien y seguí camino”, cuenta, al mencionar que los islamistas hasta el momento no atacaron puntualmente a la minoría cristiana.
“Desde una página Facebook en la que van dando a conocer sus directivas, los horarios de los toques de queda y demás, desde que tomaron la ciudad los islamistas avisaron que ‘los hermanos cristianos’ no teníamos que tener miedo, que no venían a por nosotros, que nosotros no somos el problema, sino que sus enemigos eran otros”, precisa.
“Pero igual hay miedo… La gente se siente abandonada, a la deriva, porque la verdad es que Alepo no fue defendida y eso ha marcado mucho a la gente. Alepo ha sido entregada: en tres días pudieron tomar una ciudad de 2,2 millones de habitantes y es una cosa muy rara. Surgen muchas preguntas y muchos sentimientos encontrados en medio de personas ya muy sufridas con todo lo que pasó desde 2011″, añade. No sólo la guerra causó destrucción e inmensa pobreza debido a sanciones impuestas por la comunidad internacional, sino también los dramas del Covid y el terremoto de 2023.
Antes del estallido de la guerra civil de 2011 -que muchos creen que en realidad se trató de una invasión, según Alaniz-, Alepo tenía 4,5 millones de habitantes, de los cuales 250.000 eran cristianos. Después de un dramático éxodo, hoy tiene 2,2 millones, entre ellos, 25.000 cristianos. “Antes de 2011 Siria era un país pujante, pero por la guerra más del 70% de las personas vive en la indigencia: es decir, se va a dormir con hambre. Hay gente que tuvo que salir a mendigar para sobrevivir, que perdió la dignidad... Y en este contexto se da el trabajo silencioso de la Iglesia católica, que con la ayuda de benefactores externos sostiene a la gente. Incluso muchos musulmanes nos han dicho que si no fuera por la presencia de la Iglesia, hace muchos años se habrían muerto”, resalta.
Para dar una idea de cómo ha sufrido la gente en Alepo, donde ya antes de la caída de la ciudad en manos de los rebeldes solo había dos horas de electricidad por día, el padre Alaniz cuenta que cuando tuvo lugar el terremoto de febrero de 2023 algunos decían que había que agradecerle a Dios por esa catástrofe porque llegaba de nuevo ayuda. “Claro, Alepo había vuelto a ser noticia con el terremoto… Y ahora, con la caída de la ciudad en manos islamistas, también, pero en pocos días dejará de serlo. ¿Quién se acuerda hoy de Haití? Es una triste realidad”, reflexiona, sin perder el ánimo y sin querer hacer reflexiones políticas.
Aunque países como Italia están organizando un convoy para evacuar a sus connacionales religiosos, el padre Alaniz y el padre González, los únicos argentinos en Alepo, no piensan en irse. Están en contacto permanente con el embajador argentino en Siria, Sebastián Zavalla, que les ofreció ayuda, según destacan, pero quieren quedarse. “Nosotros no nos vamos. Estamos como misioneros donde tenemos que estar y, más allá del miedo y la incertidumbre, al acercarse la Navidad tratamos de dar un mensaje de esperanza”.
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