Gustavo Costas convenció a todo Racing y ahora hasta los que no creían quieren que hacerle una estatua: ¿se queda o se va por la puerta grande?
Fue mascota, futbolista y técnico. Nunca dejó de ser hincha. Y ahora mismo, justo cuando empieza a disfrutar los laureles que supo conseguir, este hombre de carne y hueso tendrá su bronce. A fin de cuentas, Gustavo Costas es un prócer de Racing. Lo era antes del sábado, claro. ¿Cómo no iba a ser querido si puso el pecho en el peor momento de la historia celeste y blanca? Pero necesitaba el respaldo de un título en su tercer ciclo como entrenador. Y detrás de su desgarbada figura se encolumnaron los jugadores. Después, dirigentes e hinchas. Costó convencer a todos. Deberán rendirse ante la evidencia del éxito. Por eso ya están pensando en esculpirle una estatua.
“¿Estatua? No, tranquilo, estatua no. Sólo quiero a Racing campeón”, fue la frase que dejó Costas, sorprendido por la movida que se empezó a gestar desde las redes sociales. Sin embargo, hasta los propios futbolistas, aquellos que se sintieron tocados en el corazón por las palabras de este técnico de 61 años, consideran que merece un monumento en el Hall de la Fama, al lado de Reinaldo Carlos Merlo y Juan José Pizzuti, dos entrenadores que dejaron su huella en Avellaneda. El propio Mostaza, ícono de la hazaña de 2001, pidió un busto para Gustavo.
“Fue el último que la ganó como jugador y ahora lo hizo como técnico. Se la merece. Ojalá que lo hagan. Nos bancó siempre”, sostuvo Adrián Martínez, el goleador. “El profesor Costas es muy humano. Por cómo vive la vida, por cómo es con nosotros… Le dije en agosto que iba a volver a ganar la Sudamericana. Y acá estamos. Creo que la estatua es toda para él”, manifestó Juan Fernando Quintero, clave en la semi ante Corinthians.
Los hinchas se están movilizando para juntar llaves y llegar a la cantidad necesaria para inmortalizar a Costas. El técnico, humilde, alzo la voz para defender a los futbolistas cuando los resultados no se daban, especialmente en el torneo local. Dejó claro que padeció una “falta de respeto” de parte de los propios, que es lo que más dolor le provocó. Sintió cierto desagradecimiento porque dio todo y mucho más. “Me quisieron destruir el vestuario”, le dijo a Clarín.
Costas demostró ser mucho más que un técnico. Además de preparar el partido desde el aspecto táctico, durante la semana previa a la final con Cruzeiro se encargó personalmente de conseguir las entradas que les faltaban a los familiares de los jugadores. Pidieron mil y el entrenador movió cielo y tierra. Incluso, llegó a hablar con el presidente de la Conmebol, Alejandro Domínguez, quien se ocupó de la gestión.
“Yo necesito a todos enfocados en la Sudamericana. Desde el primer día les dije a los muchachos: ‘cuando vayan a comer con sus familias, cuando estén con sus novias, siempre tienen que estar pensando en la Copa”, confió el entrenador, que a cada rato les recordaba que el objetivo no era competir; la meta era ganar o ganar. No había lugar para el segundo puesto en su mente. El propio Costas se puso la vara alta en enero, apenas asumió. Y terminó cumpliendo con creces.
Costas tiene diálogo hasta con el jefe de la Guardia Imperial. Conoce hace años a Leo Paredes y pidió apoyo para los jugadores. La barra lo respeta. Y el hincha, que siempre lo quiso pero lo miraba de reojo por su pasado como estratega, lo terminó de reconocer cuando Roger Martínez sacudió por última vez el arco de Cassio.
“Te vinimos a ver, te vinimo’ a alentar, de la mano de Costas, la vuelta vamo’ a dar”, cantaron en los últimos partidos, con una explosión genuina en la semifinal con Corinthians. Hubo un click, está claro. ¿Cuándo fue que el hincha empezó a confiar en el técnico que había asumido en la quiebra y que volvió en la peor etapa del gerenciamiento? ¿Cuándo dejó de ser menospreciado, muy a pesar de haber sido campeón en todos los países en los que dirigió, como si se tratara de una versión sudamericana de José Mourinho?
Su convicción de ganar la Copa, esas palabras que sostuvo con hechos, ese gen ganador que le imprimió al grupo terminó por conquistar a la gente. Definitivamente. Les tocó a la fibra íntima, como también lo hizo con los jugadores que eligió. Maxi Salas, al que conocía de su paso por Palestino y fue la figura de la final; Santiago Sosa, al que River le dio la espalda y resultó un puntal atrás y en el medio; a Maravilla Martínez, el goleador que conocía de su paso por Paraguay; a Agustín García Basso, al que le había echado el ojo por su nivel en Independiente del Valle; a Bruno Zuculini, de riñón celeste y blanco como el propio Costas; a Santiago Solari, que terminó siendo fundamental puertas adentro; a Facundo Cambeses, al que trajo para competir y potenciar a Gabriel Arias.
“No trajimos jugadores de Selección”, enfatizó el entrenador, que demostró tener ojo de buen cubero. Apostó a futbolistas perdidos en el mapa, con conocimiento y el apoyo de su cuerpo técnico que conforman sus hijos, Federico (preparador físico) y Gonzalo (ayudante de campo); Pepi Berscé (primer colaborador), Gustavo Campagnuolo (entrenador de arqueros) y Cristian Argentieri (segundo preparador físico, que lo acompaña desde su breve paso por la Selección de Bolivia).
Con un contrato que tiene fecha de vencimiento a fin de año, Costas irá por el campeonato en el que Vélez y Huracán están dejando puntos. ¿Y después? ¿Aceptará una renovación? No dependerá tanto de las elecciones sino del propio Gustavo, que estuvo cerca de ser cesado. Irse por la puerta grande es una posibilidad que el héroe celeste y blanco no descarta.
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