La trama de poder y dinero detrás de los intentos para destronar a Benedicto XVI y a Francisco


ROMA.- En febrero de 2013, cuando Benedicto XVI (2005-2013) había azorado al mundo al presentar su renuncia al trono de Pedro, que estaba a punto de concretarse el 28 del mismo mes, el clima era de conmoción. Se avecinaban la denominada sede vacante y el cónclave para elegir al sucesor de Joseph Ratzinger, pontífice intelectual que había decidido tirar la toalla después de meses marcados por la filtración de una mole ingente de documentos hiper-reservados, robados nada menos que de su escritorio por su fiel mayordomo, Paolo Gabriele.

Los documentos hablaban de corrupción, nepotismo, intrigas, luchas de poder, reciclaje de dinero y hasta un complot para matarlo. Y desencadenaron el primer “Vatileaks”, como lo bautizó en aquel momento el padre jesuita Federico Lombardi, entonces vocero de Benedicto XVI.

Todo esto y mucho más puede revivirse en El trono y el altar, guerra en Vaticano, una historia inédita, el último libro de la veterana vaticanista Maria Antonietta Calabró, que no sólo evoca esos momentos trepidantes del pontificado del papa alemán, sino también, el irresuelto caso de Emanuela Orlandi -la hija de un empleado del Vaticano desaparecida el 22 de junio de 1983, a los 15 años, que vuelve cíclicamente a ser noticia, según la autora, para tapar cuestiones financieras de peso-, así como los escándalos que también, en los últimos doce años, fueron estallando en manos de su sucesor argentino.

Calabró, que trabajó durante 30 años en el diario Corriere della Sera, en efecto, en su última obra -publicada por la editorial Cantagalli-, también evoca el Vatileaks 2, como se llamó la filtración y divulgación ilegal de noticias que afectó el principio del pontificado de Francisco, así como varias otras tormentas. Desde el arresto del monseñor Nunzio Scarano, exfuncionario del Apsa (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica), acusado de corrupción, fraude y calumnia, el pedido de renuncia al Papa presentado por el exnuncio en Estados Unidos hace poco excomulgado y condenado por cisma, el arzobispo Carlo María Viganó -denominado el “exterminador de papas” porque también lanzó bombas en tiempos de Benedicto-, a la condena en primer grado a más de cinco años de prisión dictaminada por un tribunal del Vaticano contra el antes influyente cardenal Angelo Becciu, hallado culpable por malversación de fondos en el denominado “juicio del siglo”.

Calabró, que siguió todas las audiencias de ese proceso, el primero jamás llevado a cabo en el Vaticano contra un cardenal, concluye que hay un hilo conductor detrás de todos estos hechos. Más allá de la narrativa que suele darse de los dos papados contrapuestos de Benedicto XVI y Francisco, esos mismos poderes relacionados con el “trono” (el poder temporal) y el “altar” (el poder espiritual), fueron los que desencadenaron todos esos terremotos y una guerra inédita.

“Un rol de gran protagonista lo tuvo el dinero, también sucio. Hace falta dinero para alimentar el poder y para tener influencia dentro del Vaticano. Y afuera, para forjar alianzas, en Italia, Rusia, China, Estados Unidos. Quizás, para convertirte en el próximo papa. El uso de los medios masivos y las redes sociales ha hecho de multiplicador y en muchos casos ha creado esta guerra”, escribió.

A través de una mole notable de documentos, fuentes y testimonios directos, la vaticanista -que trabaja para la edición italiana del Huffington Post-, destaca en su libro que los escándalos que fueron sacudiendo los pontificados de Benedicto XVI y el de su sucesor argentino, Francisco, siempre ocurrieron, no por casualidad, en momentos cruciales de sus reformas económicas, tendientes justamente a hacer limpieza y terminar con esa imagen del Vaticano como lugar de transacciones oscuras y corrupción, de las que se beneficiaban personajes de varios Estados.

Y tuvieron el mismo denominador común: la falta de transparencia financiera, la fuga “piloteada” de documentos reservados, la pedofilia en el clero, el lobby gay y un columpio de posiciones diplomáticas que aparecieron contradictorias. “Fue un choque que también pasó a través de episodios de verdadero espionaje en contra de la Santa Sede y por intentos de influenciar el gobierno de la Iglesia”, agregó.

En la presentación del libro, en la espectacular Biblioteca Angelica de esta capital, hace unos días, la autora contó que, al realizar su investigación periodística, quedó “totalmente desconcertada” al enterarse que en los días 22, 23 y 24 de febrero de 2013, cuando Benedicto XVI ya había anunciado su renuncia y estaba por irse a la residencia de Castelgandolfo -donde recibió la visita posterior de Francisco, a quien le entregó una caja blanca con la documentación secreta del Vatileaks-, “los mails internos que enviaban algunos altos prelados no eran para nada plegarias compungidas por la dimisión del pontífice, sino eran mails de personas alarmadas y nerviosas por definir cómo trasladar el dinero de la Santa Sede a otra parte”.

Calabró quedó también “desconcertada” con otro hecho: el 4 de octubre de 2013, cuando el papa Francisco visitó por primera vez Asís, la ciudad del santo patrono de Italia del que tomó el nombre, en los sacros palacios del Vaticano reinaba un clima de terror.

Algunos altos prelados que manejaban millones del Óbolo de San Pedro y de los fondos reservados de la Secretaría de Estado (a la que el papa Francisco hace unos años, en el marco de sus reformas, le quitó el dinero), temían, en efecto, que ese papa outsider, que había dicho que quería “una Iglesia pobre para los pobres”, en su primera visita a Asís en la fecha en la que se celebra a su hijo ilustre, san Francisco, lo imitara. Y que anunciara, como había hecho el santo en la Edad Media, un acto de expoliación por el que la Santa Sede se despojaba de todo su dinero y patrimonio millonario.

Diez años más tarde, gracias al juicio que tuvo lugar por la compra de un edificio en Londres que provocó el juicio contra el cardenal Becciu y otras nueve personas, todas acusadas de graves violaciones financieras, y muchas de ellas, oscuros brokers y banqueros acusados de reciclaje, salió a la luz que ese 4 de octubre de 2013, mientras el papa Francisco estaba en Asís, desde el Vaticano hubo una transferencia de 50 millones de dólares a un fondo (Athena, manejado por el sombrío broker Raffaele Mincione en Suiza), luego involucrado en la complicadísima trama de la inversión londinense.

El cardenal australiano George Pell durante el funeral de Benedicto XVIGregorio Borgia – AP

“En pocos meses, transfirieron 200 millones de euros”, dijo Calabró, justo y no casualmente, en coincidencia con el comienzo de las reformas del papa del fin del mundo.

En su libro, la periodista vincula el escándalo de pedofilia que determinó la estruendosa salida del cardenal australiano, George Pell, primer prefecto de la Secretaría de Economía, con una maniobra urdida por la vieja guardia del Vaticano para sacarlo de escena. Pell, apodado el “ranger” por su físico corpulento y pese a tener una visión teológica conservadora distinta a la de Francisco, estaba junto a él en su determinación a hacer limpieza en las finanzas, mandato que le había sido dado en el cónclave.

Y fue el primero, en diciembre de 2014, en darse cuenta de la existencia de fondos secretos de casi 1000 millones de euros, fuera del balance de la Santa Sede y bajo la órbita de la Secretaría de Estado manejada por Becciu y de una sospechosa inversión en Londres.

Pero Pell terminó obligado a irse a su Australia natal para enfrentar un juicio por pedofilia en el que fue al principio condenado, pero luego, sobreseído. El cardenal australiano, que murió inesperadamente en enero de 2023, es descripto en el libro como un “reformador que suscitó un fuerte resentimiento entre quienes no querían cambiar las cosas y que, es más, se unían para defender su poder”.

El cardenal Giovanni Angelo Becciuarchivo – X06551

Algo paralelo y “encadenado” les pasó en junio de 2017 al primer revisor general de la Santa Sede, Libero Milone y a su número dos, Ferruccio Panicco, que de repente fueron expulsados, en otra maniobra de la vieja guardia. En su intento de hacer su trabajo, auditar las cuentas, también habían detectado muchas irregularidades, entre las cuales una extraña inversión en Londres, que salpicaban a los mismos altos prelados. Para poder tener una excusa para echarlos, fueron acusados de espionaje.

“Si la acción del cardenal Pell y del revisor general no hubiera sido bloqueada, la Santa Sede y el Vaticano habrían podido evitar la colosal pérdida que luego tuvieron, el escándalo de un edificio en el centro de Londres comprado por 350 millones y vendido en 186, y el daño de reputación del que fue víctima la misma Secretaría de Estado”, apuntó Calabró.

La corrupción es “antropológica”, comentó lacónicamente el fiscal de la Santa Sede, Alessandro Diddi, en la presentación de su libro, que evoca muchos otros hechos. Abogado romano que trabaja en la justicia del Vaticano desde hace cuatro años y que fue “promotor de justicia” en el “juicio del siglo” que condenó a Becciu y que investiga ahora el caso Orlandi, Diddi, más allá de todo, se mostró optimista: “Según mi experiencia y a través de su nueva legislación, el papa Francisco ha transformado a la Iglesia con el fin de darle transparencia y su pontificado pasará a la historia por sus grandes obras de reforma y su deseo de hacer limpieza”.

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