Las plantas también se mueven. Usan sus semillas para hacerlo. Uno de los medios de expansión es el viento. Pero no todas son tan ligeras como las del diente de león. Son miles las especies vegetales que necesitan a los animales para moverse. Los atraen con dulces o nutritivos frutos, colando su simiente en sus estómagos hasta que las excretan. Así es como aseguran su futuro. Pero en Europa, un profundo trabajo ha comprobado que las interacciones entre dispersadores y dispersadas se están viendo amenazadas porque muchos de los primeros van camino de la extinción.
La nueva investigación, publicada en la revista científica Science, cifra en 2248 las especies vegetales europeas que han evolucionado para contar con adaptaciones específicas para la dispersión biótica (la abiótica es el viento, a veces el fuego o el agua) de sus semillas. “Sus frutos carnosos, la pulpa atrae a los dispersores. Otros, como las bellotas, los atraen por su contenido nutritivo”, recuerda la investigadora de la Universidad de Coimbra (Portugal) y primera autora del estudio, Sara Beatriz Mendes. “Otras especies no cuentan con frutas tal y como las entendemos, pero disponen de ganchos y otros elementos [para engancharse]”, dice Ruben Heleno, de la misma universidad y autor sénior del trabajo. Los autores aclaran que hay otras muchas más especies con simientes no especializadas que se benefician de los animales.
Mendes, Heleno y otros investigadores han reunido la información que hay sobre el estado de conservación de los animales frugívoros europeos o que tienen a la fruta en su dieta, desde los osos que se atiborran de cerezas silvestres al salir de la hibernación, hasta las hormigas capaces de portar una semilla 10 veces más pesada que ellas. Una vez aplicados una serie de filtros (como si la digestión hace inviable la semilla), contabilizaron 11.414 interacciones entre 1902 especies de plantas y 455 especies animales. Se podría pensar que los principales dispersadores son las aves y los mamíferos. Pero casi un centenar de artrópodos también cumplen esta función ecológica, además de reptiles, moluscos y hasta algunos peces. Cada una de las especies animales dispersa de media el germen de 13 vegetales distintos. Y, al revés, cada planta cuenta con una media de nueve dispersadores. Algunos mamíferos y aves son superdispersadores, como el ciervo común, el jabalí o el mirlo, que diseminan más de un centenar de semillas distintas. Y las plantas con mayor número de aliados son el saúco, el arándano y el cerezo silvestre.
Más allá de estos datos, que no se habían reunido hasta ahora, la información acumulada permite a los investigadores hablar de una crisis de dispersión de las semillas en Europa. “La crisis se basa en que el 30% de los dispersores están amenazados”, dice Mendes. “El 30% como poco, porque de muchas especies, por ejemplo, de invertebrados, no sabemos su estado de conservación”, añade. Aunque solo el 1% de las plantas dispersadas aparece en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, de dos tercios del total no hay datos sobre su situación de amenaza. Según este trabajo, el 60% de las plantas europeas tienen al menos a uno de sus dispersores en vías de extinción y un tercio de las especies vegetales, más de uno. En conjunto, al menos el 30% de las interacciones planta animal están amenazadas. Los autores del estudio han dejado para una segunda parte, el análisis de la situación de estas interacciones, pero han encontrado al menos 78 en una situación crítica. Y dan un anticipo: la posible extinción local de córvidos como el grajo está complicando la situación de al menos dos especies de robles.
“Un tercio de los animales se está yendo, eso para las plantas va a ser un problema para moverse, justo ahora que lo necesitan más”, dice Heleno. “España, Portugal, Italia, Grecia… van camino de la desertización, además de la fragmentación del hábitat. Las plantas tienen que escapar al norte”, añade. Tanto Heleno como Mendes destacan que la crisis de dispersión de las semillas debe ser mucho más profunda de lo que ellos han desenterrado. No hay datos del estado de conservación de la mayoría de las plantas europeas y menos aún de la situación de los artrópodos, el segundo grupo de dispersadores tras las aves. “Las hormigas, por ejemplo, son fundamentales porque hay especies de plantas que son mayoritariamente dispersadas por ellas, pero como no son tan carismáticas como otras especies, sabemos muy poco de su estado”, dice Mendes. En conjunto, se desconoce el estado del 85% de las especies de invertebrados.
Andrew J. Green, profesor de investigación en la Estación Biológica de Doñana (CSIC), recuerda que “las plantas han de moverse para adaptarse al calentamiento global y sin los animales no podrán”. A ese peligro creciente hay que añadir que Europa es el continente con la mayor fragmentación de sus hábitats naturales. Con tanta ciudad, campo de cultivo, infraestructuras… los árboles y arbustos necesitan más que nunca la ayuda de los dispersadores. Su colega en Doñana, Pedro Jordano, profesor del departamento de Ecología Integrativa, destaca a SMC España que “la dispersión de semillas mediada por animales es esencial para la regeneración forestal”. No relacionado con el estudio, el experto añade que “si perdemos a los animales frugívoros y las innumerables interacciones que mantienen con las plantas, los bosques colapsarían”. Y da dos datos: “En las selvas tropicales, por ejemplo, más del 85 % de las especies leñosas dependen de animales frugívoros para la dispersión de semillas, y en el bosque mediterráneo encontramos hasta un 60 %”.
Heleno y Mendes comparan esta crisis con la de los polinizadores. Se ha escrito mucho e investigado más sobre las consecuencias del declive de insectos y aves que polinizan. Pero solo ahora empieza a estudiarse cómo la extinción o el descenso de algunas poblaciones de animales está comprometiendo el futuro de muchas especies vegetales.
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