Lo mejor y lo peor de Javier Milei en el debate presidencial
Un excesivo esfuerzo y cierto temor por evitar errores no forzados, por no descarrilar en un momento decisivo de la campaña, marcó a fuego el desempeño de Javier Milei este domingo en el último debate a una semana del decisivo balotaje presidencial.
No fue seguramente la mejor noche del libertario, que se vio demasiado contenido en ese objetivo primordial, por momentos nervioso, confuso y a la defensiva, con dificultades para sortear la dinámica de discusión que le planteó desde el arranque del intercambio su adversario Sergio Massa.
Ya en el inicio del debate Milei quedó encorsetado, entrampado por la estrategia que desplegó su oponente. El "por sí o por no" al que lo sometió Massa con una catarata de preguntas en el primer eje temático de la discusión, la economía, justo uno de los presumibles puntos fuertes del libertario, lo dejó sin reacción frente a la táctica de juego que le propuso el ministro-candidato.
En esa dinámica, Milei desaprovechó la posibilidad de contragolpear utilizando los magros indicadores de la gestión económica de su adversario y se limitó a dar respuestas, con un lenguaje demasiado técnico, mostrando sus problemas para romper con el libreto que le imponía Massa. Sus explicaciones fueron fugaces, sobreabundantes en números y poco claras. Nunca logró dominar la discusión para llevarla al terreno del presente de la realidad argentina para emparejar la disputa con su rival.
Pareció entonces carente de un plan, de una estrategia trabajada de antemano para cambiar la ecuación del intercambio, con intervenciones que lo evidenciaron demasiado rígido, con sonrisas que volvían a desnudar cierto nerviosismo. Le faltó espontaneidad y hasta en algún aspecto pareció bastante amateur, corriendo por detrás del esquema que le proponía Massa, apalancado en el esfuerzo por desplegar su perfil de político profesional.
El libertario se repitió en ese trance del debate en los calificaciones de "mentiroso" o "ventajita" para referirse al candidato oficialista y minutos después, en la discusión en el eje temático sobre relaciones internacionales, volvió a embarrarse con la insólita comparación de la guerra de Malvinas con el fútbol. Fue el momento de las chicanas y los cruces más estridentes. Las propuestas seguían faltando.
Luego del primer parate del debate y tras la intervención de sus asesores de campaña, Milei recompuso en parte su performance en el segundo tramo del debate, justo en el arranque de la discusión en materia de educación y salud. Logró en ese marco esquivar la dinámica del primer tramo y contragolpear un poco más en el territorio de su adversario.
Allí, y en los ejes subsiguientes, apuntó sobre los fracasos de la gestión económica massista y consiguió exponer, aunque no con la amplitud que podría haber desplegado, los escándalos de corrupción o la alianza de su adversario con el kirchnerismo.
En esa parte apareció un Milei que se mostró un poco más equilibrado y armado, aunque la sensación duró poco. Hizo agua casi de inmediato cuando debió exponer sobre sus propuestas en materia de seguridad al punto que, insólitamente, le cedió la palabra a su adversario para seguir presentando sus ideas. Sumó entonces algunos titubeos y silencios por demás llamativos.
Hacia el final Massa volvió sobre su plan inicial y Milei logró por algunos momentos sortear esa lógica, pero fue poco convincente, reflejando las mismas debilidades que mostró desde el arranque del intercambio. La intensidad de la discusión pareció diluirse. En cierta medida una sensación similar reflejaba el rostro del libertario.
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