¿Cómo se envejece?, preguntó alguien.
Hace tiempo escuché esta duda y la respuesta, que hoy me parece de absoluta lógica, me sorprendió: “Se envejece como se vivió”. Aquel que ha sido malhumorado y huraño difícilmente socialice y el que nunca se atrevió a irse de vacaciones no tendrá una ancianidad -palabra en desuso- activa. En cambio, aquel que siempre se sumó a alguna iniciativa, el que sabe que un asado es más que una comida va a encontrar formas de mantener su red, su -hablando en difícil- ecosistema.
La manera en que la coprotagonista de la historia de hoy -la abuela de la autora-generó su protección ante el deterioro que nos cuesta reconocer es envidiable. Toco madera y que no me suceda algo similar. Pero si sí, me gustaría actuar de la misma forma. Anotar mientras pueda, dejar todo asentado para mantener la autonomía la mayor parte del tiempo posible, colaborar para que todo tarde en llegar. Y no sólo para lo fáctico sino para lo emotivo. Una de las mayores organizaciones para personas con Alzheimer en los Estados Unidos recomienda. justamente, que lleven un diario, si aún lo pueden hacer, para ir anotando sus estados de ánimo y sus ideas.
Claro que no todo es voluntad. Existe un momento en estas enfermedades cognitivas en que ya no se puede tener un registro propio. Hay que pensar en dejarse cuidar. Y en los cuidadores. Es un momento de la vida en que tener cierto confort financiero -suena injusto pero es así- ayuda porque la familia, si está presente, maneja su propia agenda que no puede cancelar.
Pero existe la economía del cuidado que debiera estar protegida y apoyada por el Estado. Juega un rol fundamental. Da trabajo a un grupo grande de gente, mayoritariamente mujeres, que están fuera del mercado de empleo formal y contribuye a que una etapa difícil lo sea bastante menos. Lo importante es reconocer a este grupo, integrarlo, dar derechos, sacarlo de la informalidad. Un cambio al que, creo, vale la pena apostarle nuestras fichas.
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