Qué difícil se hace encontrar tiempo para pensar en un mundo en el que -en pos de la productividad y la novedad-, siempre “hay” que hacer algo más y saltar de un estímulo al otro sin espacio para el intercambio profundo de ideas o de introspección para reflexionar sobre lo que vamos viviendo. Es el modo que impera y que nos distrae, en muchas ocasiones, de lo importante. Por ejemplo, en una publicación de la revista Nature de este año titulada Los científicos necesitan más tiempo para pensar se advierte sobre el daño que esto le está haciendo a la academia. Distintos estudios arrojan que los descubrimientos científicos se están volviendo menos disruptivos, a pesar de que ahora se publican muchos más papers y no escasean las becas de investigación.
Lo que escasea es el tiempo para detenerse, dejar lo que se está haciendo y pensar, una habilidad tan esencial como subestimada. El tiempo para pensar, necesario para concentrarse sin interrupciones, es esencial para diseñar experimentos, recopilar datos, evaluar resultados, revisar la literatura existente y, por supuesto, escribir y producir conocimiento nuevo. Sin embargo, este tiempo rara vez se cuantifica en las prácticas laborales. “El problema del tiempo es esencialmente difícil porque no es solo un desafío individual, sino también colectivo. Y mientras el sistema completo no cambie, es remar contra la corriente. Muchas empresas y organizaciones siguen midiendo la productividad en términos de metas alcanzadas, sin considerar que, para ciertas tareas, lo que hace falta es espacio mental para reflexionar, explorar ideas y construir soluciones mejores”, reflexiona Guadalupe Nogués, divulgadora científica y autora del libro Pensar con otros. Atenta a la amenaza que esto supone para su trabajo, Nogués trata de combatirlo controlando las notificaciones de sus dispositivos y empleando la primera hora de la mañana para pensar en profundidad antes de abocarse a su ajetreada jornada. Y cada vez que tiene un “tiempo muerto”, evita ir a las pantallas a scrollear y prioriza leer un artículo pendiente, que siempre los hay.
Todos sabemos que esto no es solo un problema de la academia, sino de cualquier ámbito donde sea esencial la innovación, el análisis profundo y la conexión de ideas aparentemente separadas entre sí. Sin tiempo para pensar, dejamos de ser creativos, reflexivos y estratégicos. ¿Cuánto más podríamos lograr con más tiempo para pensar? Parece contrafáctico ¿no? No pensamos más porque “no tenemos tiempo”, entonces nos volcamos directamente a hacer sin terminar de entender si lo hacemos de manera asertiva y aportando valor. La tecnología sigue aportando herramientas que liberan tiempo de tareas automatizables, pero también crece nuestra necesidad de “protegernos” de la abundante comunicación instantánea non stop. En el umbral de 2025, nos deseo a todos más tiempo para pensar, que nos permita recuperar sentido, profundidad y balance en todo lo que decidamos hacer el próximo año.
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