En su laberinto, súper Massa ya no sabe de dónde sacar más dólares
Es notable el empeño que Sergio Massa pone en desmarcarse de cualquier cosa que vaya asociada al gobierno kirchnerista y pueda perjudicarlo, así en algunos o en unos cuantos casos su responsabilidad sea difícil de ocultar, si no harto evidente. Y más notable todavía es su pretensión de que se crea en sus ardides generalmente ampulosos o en explicaciones que no explican nada.
Eso ha pasado y pasa seguido, a causa de una gestión económica decididamente mala que dispara coletazos para todos lados. La última vez tocó un caso que mezcló impericia, cortocircuitos internos, precios retrasados y una descoordinación que al final derivó en una violenta escasez de combustibles en las estaciones de servicio de todo el país.
El telón de fondo de un cuadro al que aportaron funcionarios del Banco Central, del Ministerio de Economía y ejecutivos de YPF fue la directiva de preservar dólares a toda costa y la consiguiente decisión de diferir una importación de nafta y gasoil que la petrolera semi estatal ya tenía programada. Y tan programada, que había seis barcos cargados de combustible a la espera de que el BCRA liberara unos 400 millones de dólares.
¿Y que hizo el ministro-candidato ante un problema fuerte e incómodo que saltó a pocas semanas de la elección presidencial? Metió en el medio el aumento de las naftas y avanzó con una movida acomodada a sus necesidades del tiempo político.
Dijo: “Por más que intenten forzar un aumento del 20 o del 40 por ciento no lo voy a permitir. Entre cinco empresas petroleras y 40 millones de argentinos, voy a elegir los 40 millones de argentinos”.
Pero a veces ocurre que la realidad manda sobre el relato y el jueguito para la tribuna acaba cuando la hinchada se queda con la pelota del jugador.
Finalmente, Massa debió enfrentar un desabastecimiento de naftas y de gasoil que iba para bronca de la grande y distorsiones que se expandían y multiplicaban aceleradamente: transó con aumentos que fueron del 7,6% al 9,6%, esquivando el 10%, más una nueva prórroga, la tercera, en la aplicación del impuesto a los combustibles líquidos.
El operativo terminó con una orden al Banco Central de liberar las divisas que YPF necesitaba para activar, rápidamente, las importaciones frenadas. Empezando, desde luego, por aquellas que pegaban sobre los surtidores de la Capital y el conurbano bonaerense.
Los especialistas advierten que si la cuestión son las naftas y el gasoil será inevitable seguir pensando en los dólares escasos. Dice uno de ellos: “Ahí tenemos un agujero en la producción nacional equivalente al 25% de la demanda interna que sólo puede ser cubierto con importaciones y, muy probablemente, durante años. No vale la pena gastar plata en una nueva refinería cuando arrecia el bombardeo ecologista”.
Hablan de compras al exterior de gasoil y gasolinas que entre enero y septiembre de 2023 sumaron US$ 2.200 millones, esto es, un monto ciertamente bajo y nada firme si se repara en los US$ 4.900 millones que, por los mismos combustibles, se fueron durante el mismo período del año pasado.
Escaldado por el precedente y la imprevisión, el ministro-candidato también bajó una orden tajante a su equipo de tareas: no subestimar problemas que pueden resultar demasiado caros políticamente y resolverlos sin dilaciones, para que no suceda lo que sucedió con los combustibles. ¿Tarde piaste, dirían en el campo?
Una instrucción ya en plena marcha consiste en identificar faltantes clave entre los insumos medicinales y, de seguido, abrir el rígido cepo a importaciones imprescindibles en tratamientos o intervenciones urgentes o de rutina. Esto es, atender reclamos que suenan hace rato y hace rato chocan contra el argumento de la escasez de divisas o la desidia de los gobiernos.
Un par de ejemplos ponen el problema en números: sumados los primeros nueve meses de 2022 y los de 2023, la importación de medicamentos implicó gastos por US$ 1.900 millones y casi por partes iguales.
Todo pega y pega cada vez más fuerte, en una economía estructuralmente muy dependiente de bienes e insumos que no produce ni genera. Según estimaciones de especialistas, muy dependiente significa que entre el 60 y el 70% de los procesos productivos se cierran con eslabones de extramuros o, si se quiere, que por cada punto que crece el PBI las importaciones crecen cuanto menos tres puntos.
Otra manera de ver las cosas surge al contrastar las exportaciones argentinas de manufacturas industriales con las importaciones, también argentinas, de máquinas, bienes intermedios y piezas y otros accesorios fabriles.
En datos del INDEC de los primeros nueve meses de 2023, ahí tenemos, de un lado, ventas al exterior por US$ 15.375 millones y, del otro, compras al exterior por US$ 43.521 millones o US$ 49.600 millones, si se incluyen los bienes de consumo. Luego, el resultado arroja un déficit en contra de la Argentina que oscila entre los US$ 28.146 millones de un caso y los US$ 34.225 millones del otro.
La montaña de dólares que se levanta al pasar de una cuenta a la otra está a la vista. Pero hay una diferencia en contra más, cualitativa y al final también cuantitativa: se llama desarticulación al interior de los procesos industriales, atraso tecnológico, falta de inversiones, calidad de los empleos, diferenciales salariales y unos cuantos etcéteras.
Metido en este cepo o en su propio cepo, hacia comienzos de abril Massa arrancó con los llamados programas de Incremento Exportador o, si se prefiere, con el más conocido Dólar-Soja. Todo, pariente de la emergencia, improvisado e improvisado de un modo bastante raro, pues los instrumentos utilizados son siempre los mismos: mezclar el tipo de cambio oficial con alguno de los dólares financieros y despachar una devaluación.
De los dedicados a la soja existieron cinco programas. Y del primero en adelante ingresaron al listón producciones regionales diversas, maíz, cebada y malta; hidrocarburos, minerales y bienes de pequeñas y medianas empresas hasta que, al final, el sistema se abrió a todos los sectores. El dólar de exportación siempre anduvo alrededor de los $ 500 y el ajuste cambiario, en el 43%.
¿Y cuál es, puesta en limpio, la cosecha de divisas que semejante operativo del Ministerio de Economía le dejó al Banco Central? ¿Es una cosecha muy dudosa, ninguna o peor que ninguna?
Un informe del propio BCRA cuenta que las reservas brutas de la entidad al 30 de septiembre alcanzaban a US$ 26.925 millones, “mostrando una caída de US$ 17.637 millones a lo largo del año”.
Dice, también, que ese bajón se explica “principalmente” por la cancelación de deudas del Tesoro Nacional con organismos internacionales de crédito y con el Fondo Monetario, por la caída de los depósitos en dólares de las entidades financieras privadas en el Central y por las ventas (intervenciones) del Central en el mercado cambiario.
Queda claro que descontada la pérdida, lo que sigue dice que a fines de 2022 las reservas llegaban a US$ 44.562 millones y, también, que en el “a lo largo del año” entra lo que pasó con los programas de Incremento Exportador del Ministerio de Economía.
De todo eso y de algo más habla que las reservas netas, disponibles, hubiesen descendido hasta marcar un rojo que ronda o desborda los US$ 10.000 millones y que, según datos nuevamente del BCRA, la deuda de la entidad por importaciones realizadas pero no saldadas aumentó en US$ 11.800 millones entre enero y septiembre de 2023, hasta acumular impresionantes e históricos US$ 50.000 millones.
Aquí también hay unos cuantos planes platita, solo que son de platita de la grande, de la de color verde y de la que probablemente cueste mucho saber adónde fue a parar de verdad. Quiera que no, añadidos van los costos muy desiguales de la gestión del ministro siempre ambicioso que, a fines de 2019, desembarcó en la presidencia de la Cámara de Diputados del brazo de Cristina Kirchner y Alberto Fernández.
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